LOS HEROES
VENCIDOS
Por; Alonso
Quintín Gutiérrez Rivero
Semblanza
de un historiador al desamparo de su lucha interior.
Asómate a mi alma
En momentos de calma,
Y tu imagen verás sueño divino,
Temblar allí como en el fondo
oscuro,
De un lago cristalino.
G.
A. BÉCKER.
Al amparo de la niebla del silencio, uno bien quisiera
indagar, donde se halla el misterio del ser y de las cosas, pero ni Dios mismo
se pone a meditar en eso cuando de seres humanos se trata, como si apenas
fuéramos, el sueño lejano de algún héroe vencido, o la tibia faz del
sentimiento, indagando por lo poco que nos queda después de una infausta reflexión. La historia se
repite en el corazón del héroe, creando la duda de una total extinción, como si de repente nos
fuera vedada la verdad tan oculta como la oprobiosa obsesión de existir. Y ese
héroe vestido de gabán y de paciencia, suavizará los pasos, escuchará a los
sabios en silencio, se embriagará de gloria, desenvainará la espada y entrará
furtivo, a los viejos palacios olvidados, en busca de palabras, o de la altiva
princesa, muerta en la soga de los sentenciados, o del rey Holofernes,
perseguido por Judith. Fatigado de tanto esplendor y bizarría, se habrá
marchado, al mismo precipicio bajo las estrellas, a tantear la humanidad, como
si fuera el candil de su heredad. “Olvidados tus místicos acentos,/ vivirán tus
estrofas magistrales/ y tu memoria vivirá con ellas,/ como en las negruras del
vacío/ la lumbre sideral de las estrellas”, ha dicho el poeta J. A, Silva,
quizá la huella de un acontecimiento apenas se
asemeje al “ósculo triste, suave y perverso”, de una huella humana al
pasar, sobre los seres y la nada. Es el hombre tan indócil como su voluntad y
tan efímero como la esperanza.
El maestro Javier Ocampo López, inmerso en esa devoción
por la humanidad, se habrá percatado muchas veces, de la inutilidad del saber a
cambio de la gloria de entender, bajo el estandarte inconfesable de la verdad.
A eso le dirán unos, ciencia y otros conocimiento, como si los dos fueran
retazo del mismo pendón. Para algunos la ciencia es crimen y para otros
embeleco del pensante, declamador de antiguas profecías. “El ángel de la tarde a Dios conduce… como los
flotantes genios de la noche”, continúa el poeta.
El maestro Javier, siempre austero en su mansión de
octavas colosales donde duermen descomunales melodías, ha visto desfilar la
injusticia, desde el bastón de mando de reyes innombrables, la villanía de los
patricios, la esclavitud de los sumerios, convertida tienda de virtudes, la beatitud de los
ejércitos antes de lanzarse a la contienda, la acre decepción del encomendero
antes de borrar de la tierra su temible furia y sembrar de pesadumbre los campos
desolados de la tierra de los muiscas,
el laurel de Bolívar, despedazado a los pies de los esclavos, el grito del
guerrero hiriendo el porvenir de América, el mausoleo de las ideas cayendo en
forma estrepitosa, en un raudal de oprobiosas civilizaciones, héroes y dioses
vencidos, antes de indagar la eternidad.
“Si los colombianos aprenden a pensar libremente,
aprenderán a ser libres…de la independencia de pensamiento ha de derivarse la independencia política”, ideario de los
radicales, obsesionados por una educación del esplendor interior y gran respeto
por las leyes naturales, según el descubrimiento del investigador al tenor del
gran artículo sobre el ilustre pensador tunjano Diego Mendoza Pérez, “Si
olvidara los dolores nacionales, no sabría
para que estoy en el mundo” exclama
el letrado tunjano invocado por el maestro Javier, para concluir:
“habría perdido la principal razón de vivir”. Y ese hombre que fue tildado de
traidor a la patria, se levantó por encima
de colosales monumentos para enseñarnos que “América es la tierra de la
libertad y la democracia contra los despotismos” porque
“entre irse y quedarse duda el día/ enamorado de su transparencia”. El
maestro Javier, ferviente estudioso de las ideas, eleva a Diego Mendoza Pérez
al pedestal del héroe tras exclamar: “su magisterio se ha convertido en faro de
luz que ilumina una nación”. En esa delirante incursión al pensador, pulsada de
arrebatos de lirismo existencial, el maestro Javier, muestra el palacio de los
Césares con tenues luces de epopeya frente a este héroe inmaculado capaz de
ofrendar su propia dignidad en aras de la patria, como si morir fuera poco,
bajo las enseñanzas del genio de Bolívar.
La patria de los pensadores es la humanidad y en esa
travesía indomable, las turbulentas
aguas de los acontecimientos, pintan con el arte figurativo las rarezas
humanas, que la misma civilización engendra para hacer del drama de la vida el
holocausto de la historia. Tortto Ditella, nos dice Javier Ocampo López en su disertación
en torno a Gustavo Rojas Pinilla, del
estilo nasserista, adoptado por el general
para acceder a un nacionalismo puro y un progresismo audaz. Las bondades
del militarismo cuando una sociedad se adormece o se envilece en la inicua
transmutación de los partidos. Somos herederos
de lugares extremos donde se ponía a prueba el valor de humildes
campesinos, vestidos de colores indescifrables, que a la hora de morir
adquirían extremada grandeza nacional, desde la guerra de los mil días y las
batallas espantosas de Peralonso y Palo Negro. El doctor Javier resucita el
arte de narrar la historia desde la perspectiva de un humanismo desbordante,
donde aprender a vivir es aprender a
morir por la patria en esa exégesis del pensamiento del que “eternamente vive
quien muere por la patria”.
A pesar del cuidado esmerado del lenguaje para que las
palabras solo tengan un feliz significado, al maestro Javier ritualiza sus
emociones y arde en un fuego de admiración y devoción. Del padre Ernesto Reyes
afirma. “En sus bellas metáforas había batallas épicas, tempestades de gloria,
banderas americanas, cumbres y hondonadas, victorias y derrotas, hombres como
titanes y en el trasfondo la sinfonía DE
LA LIBERTAD Y DE LA PATRIA”. Decía después “fue tabernáculo de rectitud moral,
riel de virtud, de gran fortaleza interior”. El historiador con su traje de
poeta, pintando el paisaje humano con el pincel de su inteligencia. ¿No es
acaso para los colombianos el privilegio de un humanista historiador, tenido
por grande entre los laudos americanos?
Alguna vez dijo Nietzsche:, “Todo hombre lleva en si la doble nostalgia de
la elevación espiritual y de la nobleza
moral”. Pero esa cortesía de la nobleza humana, solo es posible si encuentra un
corazón sensible, una nota de la escala musical, tocando a vuelo en el
manantial de la grandeza. “Hay hombres que aman himnos broncos/ y soportan la
llovizna de los días”, así define Eduardo Gómez a quienes olvidados de Dios y
de la vida se deslizan por el mundo en busca de un nombre, un rostro en la
quemante alquimia de los días, una ráfaga de ilusión que los consuele de la
fatal pesadumbre de indagar por el nombre de una civilización que los olvidó para siempre.
El maestro Javier
Ocampo, incursiona febrilmente en ese pasadizo de la deformidad, donde hallar la
identidad perdida, la bandera desflecada a los vientos de la intemperancia, la
heredad de aguas cristalinas, los rituales de antiguos sacerdotes elevados
sobre oprobiosas ofrendas, los ideales derribados a los pies de los vencidos,
el cataclismo de luceros, sobre praderas incendiarias, los gestos perdidos en
bosques milenarios, dulcemente iluminados por fogatas eternales, la lucha del
guerrero en febricitantes faenas, el amor que es “un jardín de músicas
astrales/ y parece una rosa refulgente/ tallada sobre un viento de zafiros”, en
la sabia estrofa de Rafael Ortiz Gonzales. El pensador, historiador,
investigador, exégeta de la virtud, interprete de luchas ancestrales, fogoso
defensor del humanismo, lector contundente de antiguos pergaminos, proclama con todo su talento la defensa de la
identidad, como única condición para alcanzar lo universal “el sueño de la
aldea global de McLuhan es hoy una innegable realidad”, nos dice en la
microhistoria y la historiografía mundial y continúa, “para que la
globalización no sea una amenaza, debe tener a la persona humana, protagonista central del desarrollo de la sociedad… es
necesario fomentar la participación social frente al utilitarismo egoísta fortalecer un sentido ético y humanístico de la sociedad global”.
De ahí al
desprecio y la advocación solo hay el
espacio que media entre Dios y el diablo, pues la defensa del humanismo en la
época del capitalismo salvaje, de los acróbatas de la politiquería, los
destructores del medio ambiente, los crímenes contra la humanidad cometidos al
amparo de instituciones respetables, la desidia del estado ante los necesitados,
la decadencia de la sociedad, el apartheid, la esclavitud moral e intelectual,
la amenaza de una catástrofe mundial, los intentos del hombre por borrar de la
faz de la tierra toda vestigio de civilización, la desaparición de la especies,
la indiferencia ante el deterioro de la tierra, la retórica de los países
adelantados sobre el uso y el abuso del CO2, las controversias desatadas con
los últimos descubrimientos científicos, que ponen en duda filosofías
ancestrales y creencias incorruptibles, la pobreza, la corrupción de las
élites, y el desmedro de los valores, contradicen toda opción de humanismo,
asunto de gran interés para nuestro ilustre pensador.
El hombre de Aguadas, evoca con febril pasión las épicas
faenas de Jorge Robledo, sobre los campos feraces de Santiago de Armas, cuando
los deslumbró un ejército de indios de
relucientes atuendos de oro, y figuras atléticas, venidos del lugar de los
dioses a sollozar al pie de los dioses del sol quienes arremetían con fogonazos
diabólicos en extrañas figuras mitad
hombre y mitad caballo, en el inacabado mundo de sus inocentes vidas. No
valieron las joyas que enceguecían al invasor bajo el sol inclemente, ni las
súplicas, ni las grandes ofrendas, ni los bailes suntuosos… todo intento por
sobrevivir fue infructuoso, ante la resuelta destrucción desatada por los
invasores, cuya fiebre de oro ardía en terribles orgías de sangre y lodo.
“Era necesaria la guerra para someter los indios a la
religión cristiana y justificar la esclavitud y la violencia… los indios eran
incultos por naturaleza y si se negaban a obedecer a otros más cultos, humanos y perfectos que
ellos, era justo hacerles la guerra para someterlos a la fuerza… los indios
eran faltos de razón por defecto de la naturaleza y en consecuencia podían ser
sometidos al trabajo a modo servil” afirma Juan Ginés de Sepúlveda, invocado
por Javier, en su libro “La Villa de Santiago de Armas y Los orígenes de
Aguadas”. Cuánta infamia tejida por el ilustre enviado de España, cuyo
detractor el leve clérigo Fray Bartolomé de las Casas, apenas pudo denunciar,
sin respuesta posible los atropellos de los españoles. El maestro Javier al
narrarlo nos muestra el verdadero panorama de la invasión, que aniquiló más de
30.000 aborígenes en el sitio de Armas, en nombre de Dios y de la espada, bajo la
epopeya de la conquista, trazada desde la experiencia militar de la derrota de
los moros después de ocho siglos de dominio peninsular.
Las tácticas de guerra empleadas por los españoles causan horror y espanto en lugares
donde discurría la vida exenta de temor
y sometida a los dioses, “el secuestro al cacique Ocuzca, a quien los españoles
quemaron vivo y al hermano del cacique Maitamá de los indios Armas quien se
suicidó tirándose de una altura”, los humillantes rescates, para el servicio de
Dios y de sus altezas, el insulto y la
calumnia, “La guerra organizada por los españoles contra los indígenas está señalada por la
crueldad , el horror y el espanto. Se hizo común la matanza, la quema de
pueblos, la esclavitud, los incendios de templos, las violaciones, el zaqueo y
el arrasamiento… Robledo en 1540, fingiendo amistad, logró reunir la mayoría de los caciques y los encerró en
un bohío. De uno en uno los caciques cuycuyes
fueron mutilados y sus miembros esparcidos por toda el área como una
muestra de lo que eran capaces los conquistadores cuando los indígenas no les
daban obediencia…el terror con caballos, los perros de cacería, y las armas de
fuego, las enemistades entre los indígenas, la impresión fabulosa de ser muy
justos, prenda de hipocresía y despotismo… la diversidad de tácticas españolas
para la dominación de los indígenas, reflejadas en las experiencias de la soldadesca hispánica en
sus continuas luchas contra los moros en la península durante ocho siglos
llamados “salvacionistas”… para los indígenas las armas de fuego, eran rayos divinos que obedecían el mandato de los
hijos del sol, o dioses conquistadores”, la cita del Maestro Javier, en el
texto aludido, señala la ruta de la deshonra y la vileza de quienes vinieron de
lejos deslumbrados por el oro y las bajas pasiones dando la impresión de que “Los hombres son juguetes de las
circunstancias, aunque estas parecen ser juguete de aquéllos”, conforme a la
sentencia de Lord Byron. La villanía se viste de grandeza cuando del poder se
trata y aquel que vino a conquistar se vio esclavo de su propia inequidad.
El sabio y docto objeto de este homenaje, emprendió la
sinfonía universal tocando clarinete en su tierra natal, remontó las tierras de
los aztecas, donde escribió “Historia de un día” de gran devoción y admiración
para el pueblo mejicano, lugar donde anduvo junto a filósofos, poetas y
escritores quienes le influenciaron para trazar la doxografía de las ideas. De allí a la
concluyente historia del sacerdote Miguel Hidalgo autor de la primera proclama
libertaria el 16 de septiembre de 1810, conocida como el día de los dolores,
media una franja de erudición al lado de su entrañable maestro José Gaos quien
lo guió en el magisterio universal.
¿Fue allí donde emprendió el método de la historia de las
ideas, tan novedoso y profundo, por su anhelante descripción del acaecer local para
lograr lo general? ¿Quiso comprender la sociedad desde los diversos
imaginarios, donde se despedazan los anhelos y se envilece la conciencia? El
método de historia de las ideas conduce a la frase de Jawahrlal Nehru: “No se
puede cambiar la historia a base de cambiar los retratos de la pared”. Es un
método riguroso, donde se refleja en el espejo del investigador, el pensamiento
de los protagonistas de los sucesos, y las formas como los conflictos
desencadenan catástrofes humanas, puestas en el filo de la duda por quienes viven sus proclives
displicencias. El historiador pone a su servicio la ciencia y por ende al de la
humanidad, en una simbiosis de reelaboración de los hechos, para entonar la
nueva melodía del acaecer mundial conforme a la línea local, integradora de
afanes, perfecciones e imperfecciones de la civilización.
Olga Yaneth Acuña,
señala que “El autor logra establecer diversas manifestaciones que se traducen
en expresiones y actitudes, que van desde la exaltación del héroe, las
manifestaciones festivas, hasta la combinación: alegría y gozo, sin dejar de
lado la indiferencia y el desconocimiento por parte de algunos sectores”. Pero
más allá del rigor investigativo está
el afán de saber quiénes somos, el por qué de nuestra identidad, por qué somos
así, de dónde vienen los matices procaces de la modernidad, que nos vuelven tan
detestables y tan amados por los extranjeros. La más pequeña ilusión nos hace
felices, y a la menor contrariedad,
rompemos el cántaro, como los matices del atardecer, volcados en flecos de luz
sobre las cumbres andinas. Tal vez nadie logre asimilar ese pequeño mundo,
lleno de contradicciones y de ilusos reflejos,
que desatan estados de profunda depresión y agitadas expresiones de
júbilo frente al más elemental acto de amor, cuando un jilguero pasa y rosa la
nostalgia de la pequeña parcela humana. Tal vez el maestro Javier sienta
compasión de tantos seres humanos envilecidos por las contiendas partidistas, o
la simple sombra de una discordia después de una serenata de amor. Es el hombre
la suma de todas las contradicciones pero en él fulgura la especie humana,
eclosionando el brillo de una estrella distante, en la trágica sucesión de las
edades. Los dioses verán los héroes vencidos, al desamparo de la noche,
clamando desde la estratosfera del silencio, por un poco de paciencia para
perdurar en los lomos del tiempo mientras desciende al mundo un cataclismo de
luceros.
Por lo pronto nos queda el sortilegio de un alma grande puesta al servicio de la humanidad. El maestro Javier
confeso humanista, declara con el poeta: “Si no puedes hacer tu vida como la quieres/
En esto esfuérzate/ cuanto puedas./ no la envilezcas/ en
el demasiado contacto con la gente/ en demasiados trajines y conversaciones./
no la envilezcas, llevándola, trayéndola/ a menudo exponiéndola/ a la torpeza cotidiana”.
Qué gran momento para exaltar al héroe, a cuyo regazo se
adormece la libertad para eclipsar los tronos dionisiacos donde el ilustre
pensador de Aguadas, escenifica la
tragedia humana. Qué gran momento para el laurel de la victoria sobre su mente
privilegiada. Qué instante feliz para Firavitoba, contar con tan ilustre
visitante, oteando el pasado desde su fina inteligencia, y su bravura de
investigador consagrado en los suntuosos palacios de los sabios, Qué gran momento para proclamarlo ciudadano
boyacense, benefactor de la humanidad y humanista deslumbrado por los
dioses de la inteligencia. El V ENCUENTRO INTERNACIONAL DE POESIA,VALLE
DE IRAKA, saluda alborozado al héroe
inmaculado, cuyo nombre brillará en la eternidad y en la conciencia agradecida
de los colombianos. Honor y gloria a su nombre
J
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