EN EL TEMPLO
Un aroma de flores marchitas exudaba el templo.
El sacerdote oficiaba de intermediario,
Entre Dios y el más común de los mortales.
Una voz temblorosa conmovió la multitud
Y en la divina embriaguez de la tristeza,
Por el arco del templo asomó el féretro,
Y tras él, la multitud.
Una mujer de profunda mirada
Sollozó en silencio
Y avanzó con pasos perdidos.
¡Quién podrá comprender el horror humano?
Las pálidas flores desaparecieron,
Bajo un fragor de niños necios.
Todo volvió a la realidad,
Y sin embargo, algo cambió para siempre
En la atmósfera del templo.
Un rostro
o acaso las huellas del horror humano.
Abril 15 de 2009