ENCUENTRO


Punto de encuentro.

lunes, 20 de agosto de 2012

NOCTURNO




NOCTURNO

 Por: Alonso Qquintín Gutiérrez Rivero

Cuando venga la noche
traspasará el vidrio del sufrimiento,
se mirará en sus ojos
por donde pasa un cortejo de niños
y un carrusel de recuerdos.

Ella, con su guapeza de siempre,
acostumbrada a romper cadenas,
soñará con sus hijos,
viéndolos saltar por el patio
o viajar por mares de colores
en barquitos de papel.

Pensará en las horas
que rodaron con los años,
al abismo del recuerdo.
Les dirá muy quedo,
cosas que nadie diría
hasta despertar los besos
Perdidos en la piel del silencio.
les dirá cuánto los ama
hasta profanar los templos
donde viven sus recuerdos.

Esta noche se despedirá la luna,
remontará su vuelo
a conversar con los astros.
Ella, entretanto, sonreirá un momento
y le dirá tres veces al Dios eterno:
-        Estas cosas son del cielo
Dios me da este sufrimiento
para  probar mi entereza
que entre soledad y tristeza
debo superar.
Y Dios le dirá desde el cielo,
Heroína de cien alcázares,
casta de emperatriz
madre de temple y arte,
perfil de ruiseñores
valiente guerrera
de eternas travesías.
Ella mira como adivinando
los  secretos de los seres y las cosas
y se sumerge en un una suave sonrisa
que interroga el más allá.


Por los corredores
donde el sol brillará mañana,
pasa la silueta de los años,
pasa una niña,
la niña de porcelana,
pasa el secreto de su hijo
viajando al más allá;
pasa un muchacho,
arrullando la niña de sus ojos,
pasa la hija de esmerada libertad,
de perseverante lealtad;
pasa otra hija,
sonriente y sin malicia
le pregunta al tiempo su estirpe;
pasa otro hijo con su morral de canciones,
con trompeta y saxofón,
y cada nota es un interrogante.

La madre sigue pensando,
se  entretiene en esas cosas
imposibles de entender.
Se dirá en secreto.
-        Ellos saben cuánto los quiero
Y en medio de un fragor de perfumes
Y un estallido de amores,
Los mirará triunfante,
Y son sonrisa radiante,
Descenderá dichosa
Al sagrario
De su ardiente corazón.


COLOQUIO EN EL PAISAJE

Por: Alonso Quintín Gutiérrez Rivero
Una cascada de aire
borda el paisaje de plata y oro,
y un horizonte de perlas
se mira en los espejos del río,
descubriendo mil tesoros,

de los tantos escondidos,
en los barandales del alma.

La luna bordó de alquimia
las  copas de los árboles
y en la oscuridad de los bosques,
se encendieron los cocuyos,
en una copa de rubíes y diamantes.
Las sombras se perdieron
por los  estambres secretos
de una flor enredada
en un gajo de luceros.
Los búhos se despiertan
a contar los limoneros
perdidos en el silencio
y si la brisa se detiene
a meditar en los sauces
el mundo tiembla
en los cantos de las ranas.
Una piedra milenaria
deposita en el misterio
una historia de civilizaciones
errantes
y un murmullo de siglos
transita por los aires
adivinando los pasos,
de bravíos caminantes
de plumaje y heredades
de terribles tempestades
desatadas
por dioses infernales.
La tierra parece hablar
en  los cantos de las aves
¿Quién encenderá la aurora
con sus cuchillos de plata?
Por todos los abismos
el  sol alumbrará mañana,
cuando
se detenga a meditar en la montaña

en  los relatos del agua,
después bajará tranquilo,
como un gigante de fuego,
con sus pies de ceniza y piedra,
estirpe de cíclopes y centauros,
a embriagar las sementeras,
a adormecer los trigales
a extasiar los naranjales,
a mirarse en el vuelo
de inocentes mariposas.
Pasará, después, por los lagos
convertidos en lágrimas de porcelana
y se intimidará brevemente
cuando la lluvia amenace
con entregarse
en los brazos de la tarde.
Todo está como se debe,
mientras el alba se peina
en los estrados del cielo.
La luna coquetea,
con  el rubor del paisaje.
Cuatro puntas tiene el silencio,
en  lo murmullo del viento
y un baile de cangrejos
desviste las astromelias
en su cortejo de aromas
por donde viajan los sueños
a inventar las serenatas
a despertar a las hadas
en los brazos del misterio.
La noche parece orar
en catedrales de silencio
y un manojo de estrellas
adorna los altares de la patria
donde hubo horrendos sacrificios,
cuando el mundo emprendía
jornadas colosales
al balcón del pensamiento
donde todo converge,

el arte, el afán y el sufrimiento.
Cuando un canto, un vuelo, un murmullo,
desate la tempestad del silencio
sabré qué entraña el pensamiento
tras el sigilo del alma del paisaje.


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