EL AIRE PENSATIVO DE LOS VERSOS
Por: Alonso Quintín Gutiérrez Rivero
Por entre arbustos de misterio y soledad, calculando la
verdad de los cerezos, el poeta apura el
paso en busca de las huellas perdidas en el tiempo, que solían recordarle
bellos rostros, y mujeres huidizas, vestidas de nostalgia y de un gris
atardecer.
Poeta, de encendidas auroras,
aprendidas en el ágora. Poeta de anocheceres y luces de neón, acostumbrado al
canto de la lluvia, a las emancipaciones amorosas, al tropel del licor, por los
callejones de la decepción y a esa ingrávida pasión por los senderos de la patria, donde
encuentra héroes de cartón, asesinos de esmeralda, cortejos de desplazados,
marginados de la vida y muñecas de trapo, donde escanciar su copa de anahuac. A
los hombres inmensos los espera una pena, dice Dora Castellanos y el poeta ha
de ser parte de ese cáos, donde duermen arcángeles de desamor e ingratitud.
Fernando Cely, el poeta de hoy, severo y pérfido, deambula
por lugares enhiestos en busca de respuestas, pero en su afán solo
deshojainterrogantes.. la desazón de la patria se siente en estos
versos: “Quisiera un café/ sin comprender que al hacerlo/ bebo también la
deshonra de mi patria/… Quisiera borrar brumas/ en los ojos de la mujer que
amo”.
La poesía ha de ser la exultante esplendidez del espíritu, el
vaso de oro donde se beben vinos raros: “Llueve/ cada gota/ es un canto/ de
olvido/ sobre el ropaje/ inhóspito / del tiempo”, afirma en su soledad de
sátiro abandonado, desposeído de su heredad: “ En el lecho./ recogeré de ti/ tu desnudez dormida”.
Para el poeta, atento a los torrentes de la filosofía mundana, incursiona con
Fernando Vargas Valencia, en eso que la aristocracia rechaza como los
pregoneros del sigilo o de esos secretos mortuorios que viajan de incógnitos
por los ríos turbulentos de Colombia con
nombres sin palabras: “Dialéctica de la evasión y el relámpago/ el río ignora
la causa/ de su incendio… He inventado un país que no es tal/ que es tu cuerpo ensombrecido/ por mis ejércitos
clandestinos”. El desangre de Colombia, “Es un rostro crepuscular/ que se
sostiene en el aire/ como una gota de sangre/ cristalizada por el tiempo”. Otra
estrofa lo precisa mejor “Sobre tus pétalos/ de adornada/ belleza clandestina/
solo se tejen/ ahora/ funerales de sangre”, con razón afirma que “Los diarios
son el mustio reflejo del horror”.
El verso, tiene dos deberes: comunicar un hecho preciso y
acercarnos físicamente como la cercanía del mar, sentencia Borges. En los
recuerdos al padre, Fernando, se vuelve puro y simple como el agua de una
fuente cantarina: “Me voy sin irme nunca/ a recorrer el mundo que me diste/ … a
pasear tu mirada por los amaneceres” así en su nostalgia de la casa paterna:
“El silencio émulo de la muerte/ se esconde en las paredes/ y avinagró los
vinos”. Será porque como dicen por ahí, escribir un poema es una magia menor, o
porque desde esas atalayas es posible descifrar los secretos de las cosas, el
discurrir humilde de una conciencia vagabunda, o porque la mano traza versos
para el olvido, nada se sabe de ese mundo inasible donde navega un sol
doliente, precipitando abismos, remontando cúpulas, filosofando vuelos. En un acto de sumisión y oficio, afina el oído para decírselo al hijo: “Te di mi
sangre/ en una noche extraña en que los astros soñaron tu presencia.. sigamos
caminando / mientras tengo la dicha de mostrarle la luna con su corte de
estrellas”. Para después decirle en sosegada paz y con voz trémula que eres “Un
gorrión con alma de águila”.
Rafael Maya, ese poeta de canto melodioso afirma: “Ese
temblor llamado poesía/ que mide, como
un péndulo infinito,/ el ritmo de la cósmica armonía”. Fernando, escanciador de
lejanías, altivo soñador del infinito, dueño
de la ternura del poeta, incursiona en ese que para Baudelaire es “Estar
quemado por el amor a lo bello… porque yo solo veo el infinito por todas las
ventanas”. Por eso dice: “Sólo aquel que ha llorado/ alguna vez, la muerte de
la primavera”. En un aire adivinatorio,
el poeta afirma haciendo introspección: “Tarda mucho la risa en
comprender”. Como si quisiera comprender el misterio del espejo, o las ondas
del agua cuando cae una piedra. Será por eso que en actitud de resignación y olvido se dice: “Ama solo aquel que convive con la
espina… rie solo aquel que vertió lágrimas, en el océano del olvido”.
En esa nostalgia de
las cosas efímeras, de los grandes dolores, de los asedios del amor, el poeta
escancia su copa una y otra vez: “No sé como logras andar por ahí/ con tu mi mirada enredada en tu cuerpo… amé tus
ojos/ desde que tu mirada se posó en mi tristeza…se te perdió la risa que
dejaste pegada en otros labios…se te perdió la risa que dejaste gimiendo en
otras almas… muera la lluvia si en tus mejillas ha de verterse en lágrimas”. En la búsqueda de imágenes en la
sublime expectación del espíritu, Fernando lanza un grito más allá de las
estrellas para señalar lo ´más cotidiano y simple del amor “Tu huella parpadea
en mi voz… cada estrella es un verso que
ilumina su muerte… ruge el viento intentando silenciar tu voz que es eco de mi
memoria”.
A veces el poeta es el
profeta asomado al balcón del infinito, indicando que el odio es un borracho
tendido en el fondo de una taberna, o el triste trigal de lo heliotropos, donde
la humanidad siega la mies de sus dolores. Una sentencia, entonces convierte al más irreverente en dócil guía y
al más impetuoso en escenario de los necios “Nunca confíes en tus pétalos,
bella flor de primavera”.
Oiremos su voz y la cadencia de sus versos, se irá por los
senderos, donde el poeta se dolía de rabia y desamor. Oiremos su voz, traída de
los lugares del trueno, donde árboles cruzados de misterio en fragancias de
lejanías. Para él no es la sentencia: Maldito para siempre el soñador, que quiso primero en su estupidez , creer en
las cosas del amor, dice el poeta poseído por el demonio creador. Oiremos su
voz, clamando libertad, en los santuarios del olvido.
Pronunciado el día 25 de
junio en el museo de Arte de Sogamoso, en
la presentación del poeta Fernando A. Cely.
No hay comentarios:
Publicar un comentario