HEROIZAR LA POESÍA
Por:
Alonso Quintín Gutiérrez Rivero
“Pensar
es poetizar la diferencia del ser
poetizar,
en el comienzo de la diferencia del ser
es
el pensar”.
Heidegger
Los poetas beben vino en
noches tempestuosas al filo de la luna. Se oyen discutir a cerca de Diógenes y
de los góticos versos deambulando en sendas penumbrosas. Se perciben sus
desventuras con doncellas que bailaban desnudas, junto al
riachuelo. Podría imaginárselos limpiando sus monedas filosóficas bajo los
campanarios. Pero no. Ellos son certeros y dinámicos. Convencidos de los
latinajos y de una que otra rima sustraída
al delirio de pensar.
Los poetas de la
modernidad, miran con desdén sus
percepciones y se quedan escrutando el horizonte, como si de allá viniera su
osadía de pensar; como si la cercanía de sus halagos los convirtiera en ángeles
prosaicos y no en esos dioses venerables, en los que suele extasiarse la plebe.
Ellos canturrean al alba. Susurran
palabras de amor. Le cantan a las nubes,
al cielo, a los ocasos, a las flores, a soles macilentos y… fuentes
cristalinas. Ellos no se visten de arrabal ni de pequeñas instancias. Ven el
ganado plácidamente pacer en los prados y si montan a caballo, lo hacen en
briosos corceles, hermosamente enjaezados para ese cortejo tan aclamado por las
multitudes.
No saben de lisonjas, porque
están más allá del bien y del mal y se persignan dos veces antes de entrar al
templo de Afrodita y se divierten viendo pasar los carruajes de las liviandades
humanas como si en su mundo imperturbable no existiera el uno y el dos. Saben a
qué horas se apagará el sol, de qué está hecho el universo, cómo empezó, qué
forma tiene y qué hay más alá de los límites; cuál es el nombre del último
terrícola absuelto por el agujero negro de nuestra galaxia. Ellos predicen los
pasos en la sombra, adivinan el poder del sándalo y del asombroso descubrimiento
de Fritz Haber, al sintetizar el amoniaco a partir del nitrógeno. Saben de la
fisión del átomo de Lizt Meitner y de
los peligros de la bomba atómica. Están perfectamente enterados de los procesos
de Sarajov y su fría mentalidad para asumir el deterioro de la humanidad;
admiran a Albert Szent- Gyorgyi, por haber aislado la vitamina C y no
entendemos sino que sirve para prevenir
resfriados sin menoscabo de los radicales libres y su conexión con el cáncer.
Estos poetas libadores
de añejos vinos, anduvieron por las selvas del Orinoco y navegaron ríos míticos
en busca de pueblos perdidos y en su
navegar vieron el sol destejer mantos de
oro en el imperio de la reina Karamaí; escucharon
pacientes las historias de Fray Gaspar tras las alucinaciones de Orellana;
asistieron a la humillación de Atahualpa y su asombrosa habilidad para jugar
ajedrez mientras esperaba la muerte; quedaron suspendidos en el aire cuando
vieron las amazonas asediando la embarcación con su desnudez y su bravura.
En su detallado
itinerario busca “Ese pequeño techo azul/ que los prisioneros llaman cielo” (O.
Wilde) y se quejan de un país de ópalo y
ceniza tras el cual se esconde el silencio, “Resonancia de la claridad”
(Heidegger). Hacen objeto de sus meditaciones la cartografía de sus principios:
abanico de incensarios deslizándose en el cielo; piadosas hilanderas del deseo
auscultando sus almas.
La poesía del siglo,
alucina por un vértigo aprendido de la voluptuosidad del olvido, pero olvida la
tranquila sombra de ese reloj meditando las horas; se desvive por las nubes,
por los pájaros, los horizontes de añil y los labios plañideros o simplemente
calla cuando el deseo asedia desde una sensualidad desbordante. No es que el
poeta no dependa del mundo. No. En la proximidad del poema se ha de sentir el
aroma y la hierba; el rumor y el río; el amor y el hacha del sufrimiento,
“Poemas/ más no fantasía”, diría Heidegger.
Esta poesía prefiere “Embriagarse
con la danza de las flores”, “la ebriedad de la noche”, “tus ojos de fuego que
alumbran el camino”, “tu boca pequeña y
dulce como el metal del agua”. “Todo está en la luna”, “tu sueño juguetón de
niña pecadora y gozosa”, “me gusta llegar hasta tus ojos”, “por un suspiro, una
mirada/ por los brazos y los afectos truncos”, “te dibujé vida, alondra mágica
con nada de lo tuyo me voy”, “ te dejo el jardín donde me refugiaste”, “en el
silencio oscuro del espejo está el sonido orquestal de de la mañana”.
Esta poesía vuela muy
alto, pero olvida que el mundo está
cerca con sus demonios, claudicaciones y tentaciones. Esta poesía inspirada en
el perfume, ausente de la rosa; en los labios rojos, no en la audacia para
mentir y sucumbir; en la pulcra fachada
y no en los muros donde unos mueren de amor y otros detestan la muerte; esta
poesía donde alguien desempeña el oficio de insecto y vislumbra el mundo sin
escucharlo; esta poesía hecha
perplejidad de presencias y abandono de cristales; esta poesía de
arpegios gigantes y orquestas en las
sombras; esta poesía de palomas y demonios, de crispados destellos y manos de
cristal; esta poesía de brújulas cósmicas y gigantescas hebras de cabellos; de
labriegos de la suerte y embalsamadores de silencios; esta poesía
donde “Dios es real porque existes y también la guerra existe porque no es real” (Nelson Romero)
Esta poesía que dice: “El hombre bautizó a los animales de la selva/ puso
nombre a los ríos de la muerte” (Wiston Morales) Esta poesía que sabe de la
plenitud de la vida y que “el amor es capaz de sobrevivir a la muerte”. Esta
poesía hecha “pétalo a pétalo con destellos de arcoíris”; esta poesía que sabe de las bodas del cielo y del infierno
y de la orquesta de la muerte; esta poesía, llega a las puertas del alma y se
vuelve ritmo y sonido.
Poesía puesta en vilo, hecha
en pozos vacíos de metáforas con incrustaciones de piedras preciosas, está a
punto de salvar la dualidad de la vida
en los viejos jarrones del silencio.
Si la poesía es
detenerse a pensar y buscar en la sabiduría universal el misterio que rodea al ser
humano, entonces nuestros poetas, no
necesitan de cielos estrellados, ni de jardines encantados. Requieren de una gran dosis de objetividad
domeñada por una subjetividad traslúcida, capaz de producir una nueva realidad
signada por la estética, esa transformación
que nos aproxima sin remedio al humanismo, lejos del racionalismo para el que
no es posible el poder de la imaginación y sin la cual la obra de arte es
inexistente.
No obstante. La poesía
no puede librarse de las relaciones de poder impuestos desde el lomo de la
sociedad sitiada por a alienación y el subyugante fragor de las ideologías
determinantes de todas las intrigas del ser hasta a elementales
maneras de asumir la vida en las manifestaciones más simples.
Para Michel Focault
existen tres maneras de luchar: los que
se oponen a la dominación, quienes denuncian las formas de explotación y quienes combaten las
formas de sumisión. Por encima de todo está el poder con muestras aberrantes de
esclavismo. El estado no fue creado para servir al ciudadano. No. Fue creado
para someterlo con el aparato judicial, policivo y administrativo, acompañado
de banqueros y empresarios dispuestos a atravesar con sus espadas a sus
víctimas. El estado concita el vituperio y legaliza la victimación.
Existe un poder político audaz para satanizar y
destruir a expensas del deterioro del tejido social; así, mientras crece y se
ufana la aristocracia, la sociedad retorcida en sus contradicciones fútiles, va
creando ejércitos de mendigos y profesionales abyectos haciendo fila para
recoger las migajas que dejan los banquetes
de la burocracia.
La poesía, no puede huir de la
dialéctica de la vida ni de los fenómenos sociales que sin cesar la
rodea. Durante quinientos años se impusieron las armas para endilgarnos la cultura
oficial, así a sangre y fuego se imponen
no las ideas, sino el imperio del terror, para reducir las expresiones de
libertad y justicia, una aventura que
cuestiona a fondo la novela de Jorge Guaneme, “La máscara del espejo” en la que
queda en evidencia el oficio del arte y del artista ante la devastación y el crimen de las ideologías, “Aplastado por
el peso de lo inesperado, sorprendí mi mirada de desconcierto en la penumbra
del espejo” (p.223) “Voy a beberme mi propia sangre, pienso que así dispondré
de mis mismo en un acto de libre albedrío” (p.15).
Proust, por su
parte dice: “El surgimiento de la novela
fue posible en la medida en que se iban muriendo los dioses. Mientras el hombre
creyó que era hijo de los dioses se esforzó
por vivir como servidor de sus propias fantasmas fetichizados”. Por su parte
Rousseau afirma que “solo la fantasía puede darnos la felicidad; la
realización, en cambio nos mata”; una manera estridente pero artística para no
morir de hastío ante la irreverente realidad.
En forma irremediable
estamos sometidos a las relaciones de
poder, establecidas voluntarias o
no, para hacer posible el desarrollo de la sociedad. La
poesía es una forma de comunicación, la más fina entre todas para tocar estados
de conciencia, desde donde será posible
la transformación del individuo y de la colectividad.
Para Unamuno, la poesía
surge de un sentimiento de la vida. Tan profundo es Unamuno como inalcanzable.
Para Lezama Lima es “sobre todo naturaleza”. ¿Presencia de los dioses? ¿Simple
y pura… inspiración? ¿Fluido cósmico? La sensatez nos obliga abajar en paracaídas de las nubes. Quizás “El poema
no nazca de la exploración de una circunstancia compartida, o como respuesta a
una experiencia personal dolorosa o alegre” dice con razón José Manuel Arango a
quien invocaremos con frecuencia por su
abnegada obsesión por la vida y las cosas simples desde el balcón de las
emociones. “Al poeta le compete la representación”
afirma Goethe; juego de esencias y delfines
de la realidad para otorgarnos el privilegio, a través de lo simbólico,
de una realidad, que, soñada o inventada transforme las sensaciones en otra
expresión de la belleza habitada de misterio, siempre por descubrir en las
imbricaciones de la interioridad, o de los estados anímicos.
Proust, en su prefacio a
“Contra Saint Beuve” es categórico: “Cada día atribuyo menos valor a la
inteligencia. Cada día me doy cuenta de que solo desde fuera de ella puede
volver a captar el escritor algo de nuestras impresiones, es decir alcanzar
algo de sí mismo y de la materia única del arte”. El arte pulsa las cuerdas de
la moralidad, el virtuosismo y la ética de la vida. ¿Qué otro sentido tiene el
arte y con él la poesía?
Las emanaciones del
enigma poético, se hallan sometidas a la ignición de una realidad fragorosa,
iridiscente y cambiante en el desenfreno
de caos. La praxis del poeta es el camino solitario por donde viajan sus
emociones en busca del escape posible. Así el verso surge como la abrupta “Contemplación de los seres y
las cosas” en un vuelo que lo abarca todo sin abdicación del embrujo original:
“Rompe/ en el lecho/ el oleaje/ de su cuerpo” José Manuel Arango. El poeta
transfigurado. Libre de su mortalidad, sílfide sobre las aguas eternas atrapado
por un círculo de cuchillos de silencios, se define en medio de una bravura de
oleajes, como el último sacerdote de la noche. Veamos: “En la ventana de la torre aparece/ el búho de
grandes ojos de plata/ y es el frío del anochecer/cundo nada hay que decir/ y
aún los gestos vanos se borran./ Pasan
mujeres/ con cruces de cenizas en los pechos./ El viento ciego gira/ en
torno a un solo árbol”. Después dirá: “Como
de una ahogada/ veo su frente a través del agua del sueño”. Arango
define la emboscada con un olor a malva barrida por el viento en
el camino: “Mientras el viajero/se calza
para el camino/ la muerte se esconde/ en el espantapájaros”.
Como en Barbajacob la
definición del hombre es un lastre de furtivas amenazas: “La mano/ que ha sopesado
un pájaro/ o una moneda/ la que empuñó el cuchillo/ te toca y te crea”. Para
medir la distancia de la sensualidad en la similitud de los cuerpos, el poeta
esboza un escueto panorama: “Rompe/ en el lecho / el oleaje/ de su
cuerpo”. A veces le parece que: “El
viento trae una ráfaga/de rotas banderas/ y los que se amaron/ hasta el canto
del gallo/rendidos y desnudos/ de la mano/ van por
un mismo sueño”. Después se vuelve contundente y atrevido: “En la noche del
carnaval/ bailaban/ la víctima y el asesino” y después: “La muerte descansa a
esta hora/ anoche tuvo mucho trabajo/ matar debe ser fatigoso”. Como si el país
despertara en sus sueños: “Con qué furiosa alegría/estalla la rosa/ alzo la
mano para acariciarte/ y los muertos acuden,/ manotean sobre tus pechos”.
Aquí los versos
reafirman la concepción del poeta Gastón
Baquero: “Todo es una invención mía, hablar de lo que no se ha visto, es
crear. Intentar describir lo visto es
una utopía porque lo real es inapresable por la palabra y por la mirada”. Así, la imaginación y la memoria se juegan su destino en la
construcción de la imagen: “Por cada muerto habla la piedad del Señor”. Acaso el epítema de que “Ningún poema es
visible por entero para el lector y
acaso para el autor”, se convierte
en una sentencia de esa deconstrucción donde la realidad es una mentira
y la mentira una realidad mediada por el alma del lector quien ha de traducirla
desde la brújula de sus emociones. Para reafirmarse, el poeta invoca la cotidianidad: “Cuando los niños hacen un muñeco de nieve/ ellos no
saben que juegan a Dios”, porque entonces el muñeco “queda sorprendido
de ser para siempre/ una sombra arrojada la la nieve”. No olvida el poeta que
“Al que le sigue de noche/ muerto está por a mañana”. Quizá para el poeta
después de dialogar más allá de lo posible con quien jamás dará respuestas a sus
audaces interrogantes, porque eso es “Dialogar con la hermosa imprudencia/de quienes
aprenden a cantar desde la cuna al borde del abismo”.
Este poeta que invoca a
Marcel Proust, desde el quitasol de Anaximandro, aturdido en una “Finísima
lluvia de alfileres de oro”, que deja una mujer al pasar en “lentos sorbitos de
eternidad”, que sólo quiere “descubrir el sendero que lo lleve/ a hundirse para
siempre en las estrellas”; que sabe
cuando un sueño no puede ser borrado; este poeta afina las cuerdas de su
lira para jugar a la creación desde una crueldad barrida por el tiempo para
sembrarse en su alma en aguda y trágica protesta, esa que Jorge Dussán reclama con tanta vehemencia a la
intelectualidad colombiana cuando dice: “No vemos desde ninguna tribuna
intelectual la lucha por la libertad de
prensa y expresión ni de denuncia de la violencia partidista o de los grupos
armados, ni del despojo de la tierra y el desplazamiento campesino, ni las
masacres, ni la pobreza galopante, así como tampoco se ve la renovación mental
y espiritual con un lenguaje que exprese y traduzca un nuevo pensar colombiano”.
Para este gran escritor, es necesario repensar el país desde la estética
pues hoy ”se exhibe un lenguaje sencillo
casi prosaico en la construcción poética o hermética para tratar de sorprender;
el erotismo confundido con la ramplonería, la sordidez pretendiendo
poetizar…pero no se ha abierto un camino para el desarrollo intelectual…como
si el conformismo o la rutina hubiesen comprado el alma del artista”. La
posición monolítica y desafiante de Dussán estremece los muros de la
intelectualidad sumida en el marasmo de una modernidad absorbente sin opción de alternancia posible en un
diálogo decadente y y frío con la realidad
tan brutal como nuestra indiferencia. Razón tiene el autor de “ Quinientos años
de Poesía Colombiana”, cuyo texto no
leyeron los integrantes del jurado del… concurso departamental de ensayo
convocado en la ciudad de Tunja en el 2014, como una muestra del desprecio a la calidad y claridad de
pensamiento frente a nuestra realidad
literaria nacional; razón tiene decíamos, al interrogarse como una imprecación “¿Qué debe perseguir el
poeta? ¿Sueños, ilusiones, historia, realidades, olvido, ebriedad, Dios, el
infierno? …¿Dónde podremos encontrar el oasis
que calme nuestra sed en este desierto en el cual perdimos nuestros pasos sin
saber por qué vinimos a él ni qué nos espera al final?.. ¿Qué pasará con ese vacío?... ¿No será el misticismo sin
Dios?”. Estos interrogantes dispuestos para zaherir el epílogo de VIII ENCUENTRO INTERNACIONAL DE POESÍA”VALLE
DE IRAKA” y mover la voluntades hacia una estética que comprometa hasta el
cilicio y el holocausto el vuelo del artista, cuestiona desde el fondo la
realidad de la poesía colombiana, sin
menoscabo de la crítica.
Jorge Eliecer Ruiz,
invocado por Dussán afirma: “Si el
escritor quiere ser reconocido por la sociedad… debe preocuparse por sus
problemas… debe desentrañar sus causas más profundas, aquellas que lo unen
directamente con el sentido del mundo”. En últimas, la fuerza telúrica de
Dussán en su inquietante preguntar deja una lección de pasión por la suerte de
este país. ¿Por qué calla el escritor, el artista, el poeta?”. El escéptico
escritor se confiesa asomado a la sorpresa cuando parpadean los versos de Jorge Castillejo: “A lo largo/
de la colina/ descendía el agua/ mojaba tus pies/ a veces/ al atardecer tus
manos/ acariciaban las mías”. Así y todo Castillejo es la ruta para escapar a
la bruma que dejan otros versos, donde no es posible adivinar el texto
subyacente: “Me acerco a tu cuerpo/ bosque encantado/ veo tus pies y el agua/
que borra tus párpados”. Acaso aún no existen respuestas a los interrogantes de
Dussán y su afán de hallar en la poesía, y claro, en los poetas, una identidad
con ese territorio que escapa a los límites del asombro y se precipita al
abismo de la incredulidad: “Eran vísperas
del crimen… tigres sin pesadillas,/ tras el aullido del aire y los
muertos” (Charry Lara).
Es probable que Dussán
acuse algún agobio cuando el alma del poeta deambule por parques florecidos de
sangre y aires impregnados de quejidos de tantos extraviados. “Búscame detrás
de los árboles sumidos en la noche/…allí donde los lirios cortados destilan
sangre y llanto emponzoñado/… allí donde Mefistófeles rasurado y cortés/ escucha las cantatas de
Bach y los gozos seráficos de Handel/ allí donde Bolívar destroza con su espada
los altares patrióticos…./allí donde Goethe medita ante la tempestad del gran
océano/ donde Beethoven suda sangre en
los huertos silenciosos/ donde
Baudelaire conversa con los vampiros y
las brujas…/ y Proust se asfixia de amor en instancias de fieltro/ allí donde
Shakespeare, vuela por cielos desmesurados… / allí estaré infatigable
esperándote” (Eduardo Gómez. El Viajero Innumerable).
La búsqueda de un
lenguaje, una forma musical, un nido en el paisaje donde el hombre es un
advenedizo, casi un niño sin huellas en el tiempo. “Como un niño obstinado/ que
persiste en salir del laberinto/deambulas noche a noche/ por mis sueños” para
después concluir: ”Y de repente solo de soledad el hombre calla”, lo dice
clavando dardos en la piel, Piedad Bonett.
En esa travesía donde
Dios dicta la última palabra, José Ignacio Abella medita casi a solas: “Siempre
tu presencia/ señalaba la partida…/Te perdí en medio de la noche/ porque no me
mostraste/ la senda que llevabas/ Te busqué en las sombras/.. te busqué en los
sueños/ en las entrañas de la memoria/ y cuando te tuve en frente/ amaneció en
mis ojos/ y no pude reconocer la silueta/ que antes había bañado la luna/…igual
que el viento/ que rompe su silencio/
para abrir un nuevo amanecer”.
La poesía es búsqueda,
aventura del pensamiento en las penumbras del misterio, intentando develar,
asir, destejer, asombro de verse en el
espejo roto del silencio. El poeta Víctor Raúl Rojas Peña. Infatigable
pensador, tantas veces escéptico y apasionado seguidor de la fina esencia
reflexiona: “La escalera de la noche/ incita a golpear las puertas del silencio… montaña de viento/
grito herido del bosque/ no mates el
perfecto ángel del alba/ Aguijón sagrado/ lluvia de oro/ corola del deseo;/ huye
conmigo/ temerosa espada/ de mirar que aguarda/ gritando”. Es preciso buscar en la suave
evanescencia de un día dónde hallar el
último vestigio de lo que fue en manos del destino: “Era el jazmín/ el tiempo
es vana ilusión/ en la absoluta certeza de la muerte” porque “Jamás la
titilante estrella concibió mayor
angustia/ Eran andantes cadáveres/ al detenerse/ en cualquier esquina”. Como si
alguien indagara por la existencia perdida, el poeta se define en la inspirada afirmación: “Otro
será el destino del que sufre/ en silencio las heridas del tiempo” (tomado de
“Otro Tiempo”).
Se advierte aquí la
ausencia como un vuelo tocando el
clavicordio del silencio de los seres; como si ellos fueran el cauce por donde pasan ríos con barcos repletos de
fantasmas; como si a perpetuidad se encontrara la salida o
alguien tocara a deshoras la campana
fugaz del abandono; como si las palabras desfilaran una tras otra hacia
el olvido, sin regreso posible. El poeta aquí es la hoguera del misterio para argumentar la
imperecedera esencia del poeta en la hecatombe de las ideas.
El lenguaje secreto de
los dioses, la leyenda de un caballo que pasa, el atavío de un ángel
extraviado, el cuchillo y sus destellos
frente al espejo, la estatua risueña, la línea vertical trazada por la silueta
de una bailarina, el pretil movedizo de
los serafines… todo conduce a ese lugar de las sinuosidades y angustias
repetidas, donde el poeta inventa madrugadas y cuerpos tronchados por el alcohol y el tabaco. Detrás
del espejismo “Los lienzos de la lluvia en la ventana/ espían tus sueños”,
escribe Manuel Arango.
Por entre las ramas,
el parpadeo de la luz, suave advertencia
de alguna aparición. Lilia Gutiérrez Riveros, habla del canto desolado del agua
desde las orillas del tiempo donde los
seres humanos naufragan en pequeñas contiendas con la cotidianidad, como una
lenta canción o como un desfile de profanos predicando la confraternidad. “Fue/
a vestirse/ en tardes desteñidas/ hasta palpar/ la profundidad de la noche”
mientras “Afuera sueñan las ramas/ su futuro follaje”. Algún percance atroz
obstaculiza el sendero donde las
huellas ya no existen, “Voy a recordarte/ en la luz de la mañana/ que
asciende sobre el espejo… voy a
recordarte hasta el doble/ de lo absurdo...” Como si el tiempo transgrediera las pequeñas contiendas de la
vida: “Fue a vestirse/ de tardes desteñidas/ hasta palpar/ la profundidad de la
noche”.
Lilia consagra sus
mejores versos a esa visión que traza relámpagos al cerrar los ojos; “Cuando
los muertos queden bajo la tierra/ saldrán a flote los sueños/ en el sonido de las alas./ La
leyenda humana se abrirá paso/ entre el
camino/ de los saltamontes./ La eternidad en pleno volverá/ desde la otra
orilla/ verás mi corazón/ en el titilar de una
estrella”.
El abrasante fuego
prescrito para cada instante descifra el alfabeto de las emociones: “Deberíamos ir a la muerte/ como se llega al beso del
primer amor/ como una mañana de domingo/… como… la única esencia que nos
palpa/… como cuando el colibrí oblitera/
en los naranjales y begonias/… como cuando cada rama/ en el árbol asume su expresión y su estatura
laboriosa/… como cuando tenemos el privilegio de la búsqueda/ en un instante
eternidad” donde “Mora el pensamiento/ como la gran fuente/ que todo lo invade/ y lo ilumina…” como cuando sabemos
que “Ningún muerto ha sido perdonado”.
Como cuando entendemos que “el arte de
la realidad/ es el arte de lo posible” y
“Yo escribo a esos parajes/ donde juega la lluvia/ en la madrugada/ allí donde
los caminos entrelazan el aire”.
Toda desolación es nada
y toda armonía es estricta decisión de eternidad. Será por eso que Lilia ve “el
chispazo/ que abre en astillas la noche/ es la cima de la montaña/ donde abandonaste/
mi espíritu a la deriva”. Imágenes rotas por la ausencia en los suburbios de la
desolación “La lluvia lava/ las estatuas que mantienen/ por siglos júbilos
inertes./ Con manos de cristal / el agua acaricia el prado y el recuerdo./ La
noche se apaga”. Su grito formidable estremece los cimientos de la tierra “Antes
de partir/ inventemos un vocablo/ que una al universo”, porque “Soy la paz y
soy la guerra/ el conflicto/ y el equilibrio de las cosas./ Estoy en el canto
de la oscuridad/ y renazco en la interioridad
de la alborada/.. Soy el todo y la nada./ La evolución y la catástrofe/
no tengo Dios ni poderío./ soy la libertad/que enciende/ el fuego de la vida”
por eso “Desafié a cada demonio/ que tenía su
piel dormida/ en mi memoria”.
Lilia desglosa la
realidad de un país en derrota en miniaturas rítmicas: “Los que tropezaron con
la muerte/ en la mañana de su primavera/ dejaron una melodía inconclusa/… en la
ventana que vigila el jardín/ se levanta la soledad sin perspectiva./ Los que
tropezaron con la muerte/ cuando
organizaban la vida/ ahora son confidentes de la hierba que crece”. Suavidad de
anuncio de neón en tanto se afirma “Por los que marcharon/ sin un gesto;/ por
los líderes callados;/ por los que no fueron ni líderes ni nada/ por los hijos
de la niebla y de los robles/ que solo
sabían del río y la parcela/ y también sucumbieron al horror de la violencia”.
Esta voz que sabe callar y anochecer en un temblor de flautas, se apoya justo
en la ventana para ver pasar las
ventiscas humanas florecidas de
angustias y abandonados de toda
ilusión y desafío. Borges dirá;
“Yo habré muerto/ y tú seguirás
arrullando nuestra vida”.
La poesía traída al
lugar de los vivos con intensidad de herrero y fatalidad de río, sin medrar la
nubes ni las tardes de topacio o noches sulfhídricas ha de campear en la bravura de praderas desprovistas de hojas: “Sin poesía/ poemas/ mas no fantasía…
lo divino no alcanza/ a quienes no se sorprenden” porque “Pensar es no evadirse
jamás del mal y de la pena/ Es agradecimiento callado… quien habita la obra
poética/ es capaz de la mirada/… en la vacilación de la seña”. Impensadamente y
en forma sorpresiva grita: “Por todas partes nos hemos quedado en un cálculo
metafísico” y en el todo o nada que nos
toca afirma: “El lenguaje es la diferencia del ser/ El lenguaje juega en el sonido y el silencio del ser/El
lenguaje es la noticia primordial que da testimonio del mundo. Hay que juntar
las manos porque “La palabra debe llevar al misterio del ser pues “Sin mérito
de forma no poética/ habita el hombre/
enajenado de estrellas/ asolando la tierra”. Pero la estirpe de las ideas ¿dónde
se halla? Se requiere voluntad de osadía y un poema que huella a tierra, a
hierba mojada, a dictado sobre la piel, a voz venciendo la lluvia, a rostros
tachonados por la tempestad de la pasión,
a pasos blanqueando la sordidez humana,
a caminos inventando caminantes, a afirmarse en el canto ajeno. Estos trazos de
Heidegger iluminan el sendero.
La poesía no es un
esbirro de Demóstenes, es la humildad
pastoril cuajada de neblina ante
la primera aventura de amor o el simple
pasar de una golondrina. “Se oyen
respirar tranquilos los árboles” (Nelson Romero). Para el poeta “Al atardecer
las sombras de los niños florecen/ en
los cuadernos”, pues “Las palabras pierden su orientación del cielo/ cuando ven
una hormiga trabajar”. Pero el pacto con
la lluvia trae signos inconclusos bajo el alero: “No sirve callar porque
las palabras no se gastan”. Casi desvergonzado, alelado en su exaltación Wiston
se define: “Sé a qué huelen las muchachas/ me saturo de velamenes/suscribo con
mi nariz rizada por el viento sus faldas invadidas de geranios/ sus cabellos
apoltronados de fragancias”.
En los trenes de Hernán
Vargascarreño, el país parece un silente pasajero sin destino, sin argumentos
para vivir. Para él, “El tren de los
dioses/ pasa solo una vez/alguien se baja, gira la aguja/ borra la memoria de
los hombres/ y todo vuelve a empezar de la nada”. Después dirá: “Quien aprende
a amar/ los altos muros de su casa/ los lamentos que allí persisten… le será
fácil aceptar/ que, esa ya no es su casa/ sino los altos muros de su tumba” y
en torno a los viajeros este incansable poeta nos dice que “Hoy hemos
emprendido el viaje” pues alguien ignora que “…Somos aparentes actores/
simulando apenas trozos de vida”. Arriesgando su propia lucidez afirma¨”La
felicidad de los dioses/ ha de estar dada/ por la ausencia de las palabras”,
pues “Piedra a piedra/ palabra a
palabra/ hemos levantado/las más oprobiosas ignominias”. Y en la
ebriedad del éxtasis: “Cae una lluvia de brillantísimos venablos/ dentro de mi corazón”.
Y Andrés Berger Kiss. El
gran Berger Kiss; el viajero invadido de sabidurías eternas, de Hungría,
Bangladesh Alemania, Holanda, Estados Unidos, China, Japón y los habitantes de
Ucrania con su reciedumbre de poeta acrisolado en las Antillas Holandesas nos
deja oír su voz: “Al amanecer los ríos corrían hirviendo/ sedientos,
implacables por nuestras venas/. .. Fuimos racimo de uvas ebrias/ locura de
leche pérfida/ y carnaval de flores que el viento/ transformó en arena…mientras
más vino/ menos pienso/en actos gloriosos y hazañas prodigiosas”. Su
consagración y su elocuencia son una incitación al nuevo ser humano: “Aprisa/
construyamos un muro/protector/alrededor del lugar/ donde el terror/ podría
lastimarnos”. No se debe olvidar que “en el silencio de la pausa descubrirás la verdad/ en el epicentro
del terrible torbellino/ encontrarás la calma” pues, “A veces creo que el que
vive dentro de mi/ no tiene la menor idea de quién soy”.
Un texto de Yets dice:
“El intelecto del hombre está forzado a elegir/ la perfección de la vida, o de
la obra/ y si elige la segunda debe renunciar/a una mansión celestial,
enfurecido en la oscuridad”
Así como el razonamiento
científico es un diálogo entre lo posible y lo real, así la poesía ha de ser un
diálogo entre la vida y el misterio del ser; entre el mundo y la capacidad de
representarlo; entre el espejismo y la realidad; entre el sentimiento y la
razón. No es posible sentir su presencia. Sólo sus devaneos. Una esencia que pasa y se
consolida en música acumulada. “En el jardín hay un constante aprendizaje de
alas/ si estás dentro de él, el tiempo es belleza”, lo dice con razón Nelson
Romero.
Esta es la patria del
deseo. Suave evanescencia de lo
intocado, sutil ausencia que perdura. Los versos de Diego Uribe invocado por
Dussán, en su monumental obra, nos pone en la línea de lo perceptible desde un
monólogo casi subreal: “Cuando besé tu mano y en la mía/estampaste de un ósculo
en la huella,/di: ¿No sentiste que mi
mano ardía/ y palpitar mi corazón en ella? Yo sólo sé que al retirar mi mano/
sentí un tesoro donde tú besaste/ y
ebrio de amor y fuego soberano/ me fui besando el beso que dejaste”.
La poesía es reto a lo
intocado del ser, allá donde el estado pretende, interferir la vida del
ciudadano; allá donde los cosmólogos se equivocan pero nunca dudan; donde el
arte y la ciencia recrean la naturaleza; donde Dédalo es el mito del poder y el
inocente Ícaro, un juego de libertad; donde la conciencia es un rayo de luz que
ilumina el camino; donde el conocimiento hace amable a la gente y la ignorancia
la endurece según el postulado de Montesquieu; donde todo se decide por razones
distintas a los méritos; donde todo desconocido se confiesa, la sabiduría está de prisa, la piedad presta oídos a
los necios, y los estallidos de las flores
descienden sobre la vanidad del caos. Allí donde perdura la ignominiosa
demencia y el desprecio por lo aparente; donde un poeta asciende los peldaños
de la pedantería y se retira austero al
monasterio de los sueños fallidos.
Nos
hemos aproximado en forma deliberada a ese abismo desde donde es posible
mirarse, pero no restituirse. Hubiéramos querido el bautismo de la libertad
para los poetas de Colombia, pero ellos están atados a su noción de infinito.
Condicionado el canto, la melodía está presa y ya no será posible evidenciar
los pórticos por donde pasa el mundo.
Dalila y Holofernes, con sus congojas inciertas
y sus inalterables fiestas, donde
habite la memoria y la suerte de los
caídos. Donde el olvido sea un espectro a convocar y la cautela una custodia
sin diamantes. Donde la poesía sea el preludio del resplandor y el poeta el oficiante de las verdades ocultas.
“La adulación resbaló
por el príncipe como el agua de las hojas que flotan en la fuente”
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