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martes, 29 de enero de 2013

JULIO FLOREZ Y EL POETA VICTOR RAUL ROJAS PEÑA



JULIO FLOREZ ANTE EL POETA VICTOR RAUL ROJAS PEÑA

Por: AlonsoQuintín | seguir | Publicado: 29/01/2013 02:04 | | #Cont:2
 
 
 
JULIO FLÓREZ:
TODO NOS LLEGA TARDE… HASTA LA VIDA

Víctor Raúl Rojas Peña

TRAZANDO UN IMAGINARIO.

En el mes de febrero del presente 2013 se conmemoran 90 años del fallecimiento del poeta chiquinquireño Julio Flórez. En mayo de 1923 cumpliría 56 años. El final de su vida se revistió de dramáticos momentos que dolorosamente tocaron con su recién constituida familia, sus pequeños hijos y el inmenso amor por su joven esposa Petrona Moreno. Pareciera que la película que diseñó a lo largo de su existencia se le hubiera devuelto con el mordaz título de “Todo nos llega tarde hasta… la vida”.
El 14 de enero de 1923, en la calurosa y pintoresca población de Usiacurí, cercana a Barranquilla y en su lecho de enfermo terminal, Julio Flórez aceptó la corona de laurel que tardíamente lo declaraba “poeta nacional”.
Desde su juventud había construido un imaginario de rechazo social a ciertas normas que coadyuvaron a tejer su leyenda con la cual fue impregnando el fantasioso mundo de sus fervientes seguidores a cual más aumentando la historia que 90 años después de su desaparición física lo tienen vivo y si se quiere nuevamente de moda.


“Todo nos llega tarde hasta la muerte”, es uno de sus versos más recordados, nacido de sus largas noches bogotanas de bohemia, donde crecía la desesperanza entre copas de ajenjo, el melancólico rasgar de tiples y las agrias discusiones por trapisondas y componendas políticas; además de triviales polémicas en torno a temas tan delicados como el amor, la mujer, la familia, de los cuales el poeta era un mordaz crítico que se llegó a sospechar cierta misoginia que inclusive tocó el ámbito familiar, cuando en versos memorables se refirió a la madre, como un ser virtuoso, prodigo de inmenso amor:

Yo la adoro. La adoro sin medida,
con un amor como ninguno, grande
grande a pesar de que me dio la vida.

Hasta sus 42 años, Flórez deambuló por la vida, llevando su refinado y exquisito arte declamatorio a la cumbre del delirio y del arrobamiento femenino, de la admiración y envidia masculina, de tal suerte que no había por entonces teatro con la suficiente capacidad para contener a sus miles de seguidores dispuestos a vivir en carne propia un recital que muchas veces tocó los dinteles de la agresiva política que por esos días se vivía, previo a la Guerra de los mil días que muchas veces terminaron en escándalos nocturnos con heridos y arrestados, tras fragorosos enfrentamientos con la recién fundada policía de la capital.



TEJIENDO LA LEYENDA.

Julio Flórez nació el 22 de mayo de 1867 en la ciudad de Chiquinquirá, según la partida de bautismo que reposa en el archivo de la Parroquia de la Renovación; hijo del médico Policarpo María Flórez y de la matrona Dolores Roa, fue el séptimo de 10 hermanos (6 hombres y 4 mujeres). Con sus hermanos mayores Leonidas, Manuel y Alejandro recibieron el título de los “Cuatro Poetas Flórez”, porque buena parte de su juventud la dedicaron a componer versos y cantar las melodías propias de la época, aunque de ellos se conserven muy pocas rimas; con certeza se sabe que Manuel es el autor de la letra del conocido bambuco “Asómate a la ventana para que mi alma no pene”.
Mentes inquietas y vidas dedicadas a dejar noticias nunca están tranquilas. A finales del mes de enero de 1871, cuando Julio se aprestaba a cumplir 4 años, su padre se levantó en armas contra el gobierno del Estado Soberano de Boyacá, por la poca y nula atención que este le brindaba a Chiquinquirá y a la provincia de Occidente que por esos calendarios recibía otro nombre. El sacerdote Buenaventura García, ampliamente conocido y estimado como “El Restaurador de la Comunidad Dominicana”, quien escopeta en mano se opuso a la entrega del Santuario de la Virgen Morena a las huestes de Tomás Cipriano de Mosquera, recuerda en sus memorias que el médico Policarpo María Flórez pidió la bendición para él y sus tropas que marcharían hacía Tunja con el propósito de tumbar el gobierno de Felipe Pérez. El Padre Buenaventura García comenta que “muy a su pesar le brindó la bendición a esas desarrapadas tropas”.
Desarrapadas o no, el 28 de enero, en el alto de Samacá, el médico Flórez derrotó al ejército del Estado y entró victorioso en la desolada Tunja. Fue presidente de facto del Estado Soberano de Boyacá, durante los meses de febrero, marzo y abril, porque el 2 de mayo en predios de Sotaquirá, tierra natal de Pérez, sufrió amarga derrota que lo obligó a pactar la rendición a cambio de la rectoría del colegio Universitario de Vélez.
Julio Flórez con 4 años de edad, en plena formación intelectual, recibía este cúmulo de información partidista y guerrera, que obligaba a la afinación de conceptos políticos que serían definitivos y cruciales con el pasar de los tiempos. Hervía el caldero de las pasiones, cuando desde un vetusto balcón de una casa republicana de Bogotá, se escuchó el grito “Regeneración o catástrofe”, lanzado por Rafael Núñez para confirmar el centralismo conservador que tuvo en la Iglesia Católica su máxima aliada, no tanto como ente sagrado, quizás como lo presintió el médico Policarpo María, liberal radical cuando fervoroso solicitó la bendición para sus desarrapadas tropas, ahora la institución sacra descendía de su pedestal para untarse con todo el mundanal lodo del que está hecha la especie humana.
La familia Flórez Roa se radicó en Bogotá en 1883 y continuaron su rutinaria vida, buscando apoyo en diferentes estamentos gubernamentales, en tanto que la otra familia notable de Chiquinquirá, los Casas Castañeda, gozaban de las mieles del poder, por cuanto don Jesús Casas Rojas, actuaba como secretario privado del Vicepresidente Miguel Antonio Caro, que era el Presidente de hecho, toda vez que don Rafael Núñez no regresaba y no quería regresar de su amada Cartagena, ni de los brazos de Soledad Román, su segunda esposa, con quienes había oficializado su matrimonio después que la Santa Madre Iglesia desató el nudo de su primer enlace en Panamá con Susana Gallegos.


Don Jesús Casas Rojas, fue constituyente en 1886 por el Estado de Cundinamarca y luego ministro de Educación del proyecto de la Regeneración que como se sabe le entregó el monopolio de la Educación a la Iglesia Católica que de entrada prohibió que fuesen profesores los llamados “hijos naturales”.
A más del esperpéntico imaginario que fue labrando el poeta, un sino trágico perseguía a su familia que por estos años soportó duras pruebas, entre ellas un duelo callejero que enfrentó su hermano Alejandro en defensa de su verdadero amor con Julia Fernández, cuya familia se oponía al romance, enviando altivo pretendiente de notable familia a provocar la tragedia. Alejandro fue a parar a la cárcel. Sus paisanos y conocidos le dieron la espalda; en el jurado de conciencia había coterráneos que nunca reconocieron la defensa propia y votaron en su contra. Julio publicó su primer poemario y se lo envió con esta dolorosa dedicatoria. “Alejandro: no lo veo porque sufro horriblemente, perdóname. Algún día comprenderá mi alma. Crea en Dios, Julio”. Julia Fernández contrajo matrimonio con Alejandro en la cárcel. Luego este cayó gravemente enfermo y al poco tiempo expiró. Tuvieron dos hijas Luz y Paz.


“YO TE PERDONO”

El artista había entrado en el sendero de la popularidad con amargas y hasta fantasiosas historias que sumaban cierta espectacularidad a su leyenda de “poeta maldito”. Estaba cerca de los 30 años y permanecía hostilmente soltero, cuando ocurrió el desafortunado suceso de José Asunción Silva que conmocionó a la pacata sociedad de Bogotá que por muchos años se preguntó: ¿Por qué se suicidó Silva? Flórez lo despidió en su tumba en 1896, con estos versos:
“Lejos de las paredes envejecidas
que guardan el silencio del camposanto,
lejos de las plegarias, lejos del llanto
se ven las sepulturas de los suicidas.
(…) Bien hiciste en matarte: sirve de abono
y a la tierra fecunda. Si no hay clemencia
para ti, nada importa: ¡Yo te perdono!”.

Cien años después del luctuoso hecho, el historiador Enrique Santos Molano, en abigarrado y muy juicioso análisis demostró que lo de Silva no fue suicidio, sino asesinato. Reconstruyó la historia familiar de los malquerientes parientes de Silva, a quienes el joven descubrió en la falsificación de billetes, inclusive informó sobre la gravedad del delito al propio presidente Miguel Antonio Caro, quien al recibir la noticia del “suicidio del poeta”, solo atinó a decir: “Pobre… yo lo sabía”.
Santos Molano argumenta que los truculentos versos de Julio Flórez leídos en el cementerio cerraron con broche de oro, el muy bien planeado asesinato de Silva que ocurrió en una estancia cercana a la casa natal del poeta, donde éste intentaba consolidar una fábrica de baldosines. Salió de su residencia después de una cena con amigos -hacia la medianoche- para hacer una ronda de vigilancia por el predio. Allí recibió un balazo a la altura del corazón y por un solar contiguo a su casa –propiedad de un primo suyo- introdujeron el cadáver, colocando el viejo revolver y el libro “El triunfo de la muerte” muy cerca de su mano. Su mamá y hermana no escucharon nada, tampoco se dieron cuenta de nada cuando salieron para la misa de seis de la mañana y lo que la gente recuerda es que una de ellas al enterarse del terrible suceso dijo: “Miren lo que hizo este gran zoquete”.
Con el debido respeto que impone la memoria de Flórez, aventuremos a afirmar que en sus primeros años de gloria, el poeta alimentó una tanatofilia, es decir, una permanente obsesión por la muerte que lo condujo a cometer “locuras de juventud” como las llamó en entrevista concedida en Panamá, en 1922, al escritor colombiano, Luis Enrique Osorio, cuando reconoció haber visitado cementerios en horarios nocturnos y haber bebido vino en un cráneo humano. La dolorosa historia de su hermano Alejandro, la repentina muerte de su hermano Leonidas y luego la su padre en 1892, el aparente suicidio de su amigo José Asunción Silva en 1896 que recordó el trágico desenlace del poeta de negritudes Candelario Obeso, que por asuntos sentimentales se había suicidado en 1884, Flórez con 17 años leyó sentidos versos en su sepelio, a más de sumar que la Iglesia censuró su poema de despedida a Silva considerándolo “blasfémico”, a este cuadro se agregaba una cierta marcada prevención de las autoridades por el poder de convocatoria que había alcanzado el bardo que como se advirtió generalmente terminaban en enfrentamientos con la policía.

 

NACIMIENTO DE “LA ARAÑA”

 

La culminación de este proceso llegó cuando se anunció por parte del gobierno del señor Caro la imposición de la corona de laurel para exaltarlo como poeta nacional y Flórez decidió leer su poema “Oh Poetas” que entre otros versos tiene estos:

Quejémonos, hagamos
de los versos ariete irresistible
para romper el mal. Y altivos demos
aliento a la virtud, látigo al crimen.

Hagamos implacables y orgullosos,
si queremos ser grandes y ser libres,
un ramal de las cuerdas de la lira
para azotar con él a los serviles.

El presidente Caro que conocía muy bien los alcances del vate, solicitó conocer el texto que pronunciaría el poeta. Se quedó estupefacto ante tanta osadía y dijo: “No”. Flórez tampoco se dejaba censurar y no asistió al teatro. La no presencia del bardo desató la ira del público que menos soportaba al presidente, ni a su gobierno y, todos a la calle al enfrentamiento con los gendarmes. Estaban en las vísperas de la Guerra de los Mil días que enfrentó a los partidos liberal y conservador. El acre recuerdo de esa noche lo plasmó Flórez en quizás uno de sus mejores poemas “La Araña”:

Entre las hojas de laurel, marchitas,
de la corona vieja,
que en lo alto de mi lecho suspendida,
un triunfo no alcanzado me recuerda,
una araña ha formado
su lóbrega vivienda
con hilos tembladores
más blandos que la seda,
donde aguarda a las moscas
haciendo centinela,
a las moscas incautas
que allí prisión encuentran,
y que la araña chupa
con ansiedad suprema.

La acción contestaría se reafirmó en diferentes recitales donde el gobierno de turno recibió sus constantes dardos, mientras se burlaba con sus amigos del toque de queda ordenado por el presidente José Manuel Marroquín, el mismo que nada hizo por evitar la separación de Panamá y, que cuando entregó el poder agriamente espetó: “Qué me reclaman; me entregaron un país y les devuelvo dos”. Con este marco una noche del año de 1900 nació la Gruta Simbólica en la casa del médico Rafael Espinosa Guzmán, evadiendo el control policial. Cerca de 4 años Flórez animó la tertulia de la cual hicieron parte más de 60 intelectuales de la época que se agruparon no solamente para libar, declamar versos, interpretar y componer poéticas piezas musicales, también para darle curso al ejercicio de la oratoria política que reorientara una nación que difícilmente encontraba su derrotero.

La fama del poeta se extendió en forma directamente proporcional a la persecución que desataban las autoridades preocupadas por los avances publicitarios del escritor que se convertía en un referente de las masas que lo admiraban, era una especie de ícono dispuesto a la confrontación con todo aquello que le sonara a abuso por parte de los detentores del poder. Su paisano boyacense, Rafael Reyes, que había trasegado por las plantaciones de caucho del sur del país, en golpe audaz en el tejemaneje politiquero logró la presidencia de la república y en sus recónditos presupuestos estaba el convertirse en dictador como en efecto lo consiguió antes de que fuera depuesto del gobierno.

AL EXILIO

 

El presidente Rafael Reyes aconsejado por los gratuitos enemigos que el poeta había acumulado a lo largo de sus años de “locura juvenil” lo invitó a Palacio para proponerle un periplo por los países vecinos para “agrandar su fama y dar a conocer su obra poética”. Reyes además argumentó que era un peligro quedarse más tiempo en Colombia porque al poeta abiertamente la prensa conservadora y católica lo tildaba de “hereje”, “blasfemo”, “apostata”; Flórez entendió perfectamente que la invitación era de “se va o se va”. No estaba el palo para cucharas. En 1905 inició su “destierro”, asegura su sobrina nieta Gloria Serpa Flórez, en su libro biográfico “Todo nos llega tarde”.

En Venezuela, publicó otro libro de poemas que le reportó muchas satisfacciones, además de ofrecer sinnúmero de recitales en diferentes escenarios que por supuesto incrementaron su fama y prestigio. Durante los años siguientes pasó por Panamá, Costa Rica, El Salvador (allí publicó otra obra) Nicaragua, Guatemala y Cuba, para finalmente permanecer largo tiempo en México, pero cuando ya pensaba en el regreso a finales de 1907, misteriosamente le llegó carta del gobierno colombiano nombrándolo segundo secretario de la embajada de nuestro país en España.

Julio Flórez es poeta ampliamente conocido en Cuba, por cuanto vivió en la isla cerca de 8 meses. Su tarea consistió en visitar escuelas y colegios para dar a conocer su obra y su excelente arte declamatorio, mientras escribía y publicaba en revistas y periódicos de Centroamérica. Composiciones que no fueron recogidas en libro alguno, sin embargo los profesores las tomaron de los impresos para hacerlas memorizar de sus alumnos. El poeta cubano de padres Lituanos, David Chericián (La habana, 1940- Bogotá, 2002) en el marco de un Encuentro de Escritores de Chiquinquirá, refirió cómo en la escuela lo obligaron aprender muchos poemas, por supuesto desconocidos para los colombianos que nunca salieron del asombro al escuchar la ductilidad de David Chericián para declamar tal cantidad de textos, además de comentar que muchos se conservan en los centros educativos, como verdaderas reliquias por supuesto de puño y letra del autor.

A comienzos de 1908 Flórez arribó a Madrid, después de recibir reconocimientos hasta del propio presidente de México, Porfirio Díaz, quien le propuso que aceptara ser el embajador de ese país en España, cuestión que no admitió el poeta advirtiendo la tormenta política que desataría en la nación azteca dicho nombramiento. Varias ciudades del viejo continente visitó y en algunas, por ejemplo París -por invitación del embajador en Francia- ofreció recitales y conferencias.

Tras cumplir con los últimos fusilamientos que recuerde la historia de Colombia, el dictador Rafael Reyes fue depuesto, concluyendo el periodo presidencial el político santandereano Ramón González Valencia. Julio Flórez regresó a la patria. A estas alturas de su vida, el cáncer de mandíbula y garganta habían avanzado agresivamente. Necesario recordar que Flórez atribuyó su desconocida enfermedad al hecho de no haber obtenido permiso por parte del comandante de policía de Bogotá, Aristides Fernández, cuando este lo redujo a prisión acusándolo de provocar alteración del orden público y el poeta sufrió un fuerte dolor de muela, cuyo absceso afectó gravemente el maxilar inferior. Flórez le dedicará a Fernández el poema “Al chacal de mi patria” que entre otras cosas precisa:

Lástima que mi estrofa a ti descienda
y tenga que azotar tus desnudeces;
porque, di: ¿no es verdad que no mereces
tanto, en esta fatídica contienda?

Carcelero sin Dios y sin enmienda:
por ti mi santa madre alza sus preces,
y tú las haces llorar... y hasta las heces
apurar del dolor la copa horrenda.

Largo texto, donde el poeta discurre en torno a la bajeza humana. En la entrevista referida con Luis Enrique Osorio en Panamá, a la pregunta si cree en la inmortalidad, respondió que por su puesto creía en ella, pero advirtió que personajes como Aristides Fernández no podrían ser inmortales.

Pasados los primeros alborozados saludos a su regreso de Europa, alguien le comentó de la acción curativa que tenían las fuentes salitrosas del municipio de Usiacurí, en la costa atlántica. Desesperado por los fuertes dolores del maxilar incursionó por los laberintos de los ojos volcánicos que ofrecía aquel mencionado suelo. Emplasto y cataplasmas de lodo caliente que algo aliviaron. Era un desconocido en busca de sanación. Un pasajero del dolor, decían los habitantes del municipio, pero día cualquiera lo descubrieron: “Es el poeta Flórez”, exclamaban los moradores entre extasiados e incrédulos. Comenzaron los homenajes. En el colegio de señoritas, una agraciada y joven morenita de nombre Petrona Moreno, descendiente del general Juan José Nieto, héroe de las guerras de independencia, declamó con sentido acento, algunos de los versos del reconocido poeta y allí Cupido disparó las flechas del amor que cambiaron la vida de nuestro personaje.

Flórez con 42 años, con amplio prestigio internacional como poeta y declamador, era observaba como un príncipe en la pequeña aldea; para algunos un gran honor contar con un vecino de tales pergaminos, para otros algo así como un “cordial intruso”. Comenzaron los dimes y diretes, más cuando se sospechó que Petrona atendía los requiebros amorosos de encumbrado pretendiente. Carta que va, carta que viene, el correo Mamerto Márquez, un joven con alguna discapacidad. El cura párroco se manifestó contrario a esa relación. Se incrementaron los problemas. Finalmente se impuso el amor y Flórez que se había negado a los dardos del corazón, declarando cierta misoginia, encontró una senda que le brindaría la mayor felicidad en su dura existencia: el amor de Petronita y de sus cinco hijos: Cielo. León Julio, Divina Alegría, Lira y Hugo.

Asistió en Bogotá como invitado de honor a las celebraciones del 20 de julio de 1910, primer centenario del “Grito de Independencia” ofreciendo varios recitales, pero su resto de vida ya estaba decidida en Usiacurí. Se dedicó a hacer fortuna. Fue hombre exitoso como ganadero y negociante. Mientras adornaba su casa-hogar, ahora convertida en casa-museo por empeño de las sucesivas administraciones de Usiacurí. El sacerdote Lorenzo de Casalins, párroco del municipio vecino de Baranoa, si entendió el alma del poeta y respetuoso de sus posturas políticas y religiosas se acercó al notable escritor y trazaron una gran amistad que se fue reportando a lo largo de los 7 años restantes de su vida. La enfermedad crecía a pasos agigantados. Frecuentemente lo postraba. Allí en su lecho de enfermo terminal, observaba la desfiguración de su cara, cuyo maxilar inferior se desencajó; para Flórez que había sido un excelso declamador de variadas gamas en la entonación de sus poemas se convirtió en un sufrimiento indecible notar que intentaba vocalizar una sencilla palabra y esta no salía, y se lograba emitirla era de una deformación contundente.

El padre Lorenzo de Casalins refiere en sus memorias que en alguna ocasión le escuchó decir algo sobre lo cercano de su final. Entonces le interrogó sobre el futuro de su familia. Flórez realizó un inventario de los inmuebles y dineros que les dejaría. El sacerdote le hizo caer en la cuenta que los únicos documentos válidos en ese momento eran los religiosos y él no estaba casado, ni sus hijos estaban bautizados. Argumento que Flórez en el momento desechó pero con el pasar de los días y ante lo inevitable, recostado en su lecho contrajo matrimonio por el rito católico con su gran amor Petronita Moreno.

Finalmente, el 14 de enero de 1923, aceptó la corona de laurel que lo reconocía como poeta nacional, 25 años después del insuceso en una fragorosa noche en Bogotá, cuando la censura brindó los suficientes motivos para componer “La Araña”. Aprovechando la presencia de muchos escritores y amigos decidió bautizar a sus 5 hijos solicitándole a varios de ellos actuar como padrinos. El padre de Casalins, entró nuevamente en escena para señalar que los nombres de Cielo, Divina Alegría y Lira no estaban en el Santoral (¿El almanaque Bristol?) y por lo tanto no se podía adelantar la ceremonia de bautismo. El poeta recompuso los nombres y finalmente los dejó así: Cielo Evangelina (por su hermana mayor), León Julio, Divina Lastenia (por su hermana más amada), Lira Dolores (por su querida mamá) y Hugo Policarpo (por su recordado padre).

Nunca que se recuerde la carretera entre Barranquilla y Usiacurí tuvo más carros (recientemente llegados a los muelles de Puerto Colombia) que en aquella ocasión de la coronación del poeta, además de los innumerables vecinos de todas las poblaciones impecablemente vestidos de blanco que fueron llegando en cabalgares o simplemente a pie. Veinte días después, el 7 de febrero, se repetirá la procesión, pero en esta ocasión con tristeza y lágrimas en los ojos. El poeta nacional, ícono intelectual de una florida época había partido a la eternidad.

Julio Flórez seguirá siendo un personaje polémico. Escritores colombianos que han viajado por el mundo, suelen contar en Chiquinquirá en el marco de eventos culturales que la literatura colombiana se conoce en el contexto universal por Julio Flórez y García Márquez, mientras que otros no le brindan ningún reconocimiento al bardo chiquinquireño, así por ejemplo, en las antologías de la poesía colombiana de José Luis Panero, Andrés Holguín y Germán Espinosa, entre otros, no se incluyen los versos de Flórez. El caso es más grave por cuanto, el desaparecido novelista y crítico literario Germán Espinosa en un Encuentro de Escritores de Chiquinquirá, públicamente dijo que Flórez era un “coplero” sin mayor trascendencia cuyo lenguaje no llegaba a las 80 palabras. Bueno… sea como sea, el poeta sigue campante y sus versos continúan volando de boca en boca, de corazón en corazón así algunos cronistas lo llamen “coplero” o “el último poeta maldito”.

Comentarios Tiempo Real
AlonsoQuintín
AlonsoQuintín
El poeta Víctor Raúl Rojas Peña, analiza con su fino talento los últimos días de Julio Florez con aportes valiosos, algo digno de ser leído.
AlonsoQuintín
AlonsoQuintín
Texto de gran profundidad, sustraído de un escritor reflexivo, juicioso en el andar de sus pensamiientos, cuidadoso en los plateamientos y riguroso a la hora de exponer los hechos. El poeta Víctor Raúl Rojas Peña, refleja aqui nuevas facetas del gran bate chiquinquiereño y descubre con finura y valor la estampa del poeta, tocado por las argucias del poder políco y religioso que al final de sus días le reconoció la popularidad y le permitió figurar en los alteres de Dios en el ritual del matrimonio en su leho de muerte. El poeta duerme un siglo de ausencia mientras sigue sonando en el cerebro de sus seguidores su verso inolvidable: "Todo nos llega tarde hasta la mueerte".
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