ENCUENTRO


Punto de encuentro.

jueves, 24 de noviembre de 2011

SUCESO SIN DESTINO II




SUCESOS SIN DESTINO II
Por: Alonso Quintín Gutiérrez Rivero

La vida es una obra de teatro que no admite ensayos
Charles Chaplin

El arte de vivir es el arte de envilecerse. Un descenso inmisericorde a la nada de donde no debimos salir. En  el cadalso de la verdad, se desploman las virtudes y se enciende la incertidumbre de la vida. Aquel hombre acostumbrado a pasajes insólitos de terror y vergüenza, levantaba la mirada en actitud casi insólita. Sabía de memoria los caminos de los santuarios marianos. Muchas veces aceptó la inclemencia del tiempo en el ascenso al páramo de “Guantiba”, por la simple compañía de Pánfilo a quien le encantaba hacer viajes históricos a pie para llegar al altar de la Virgen de Chiquinquirá y regresar con la riolina tocando esa tonada añeja que decía, “volveré cuando florezcan los gualandayes…”Tonada de  belleza incomparable para las muchachas a quienes embrujaba con el modo de tocarla como si desentrañara los tesoros del mohán y sus modales de caballero misterioso.

Esa mañana se arregló como era su costumbre para ir a misa. Guardó con sumo cuidado el escapulario, regalo  de la tía Paulina y salió radiante del rancho, como si el mundo fuera un regalo de Dios o simplemente su belleza interior le hacía ver las cosas hermosas. Pensó en las rezanderas del pueblo y en la voz perfecta de María Antonia volando por encima de los fieles hasta  el altar de San Claudio, en un espectáculo celestial de voces y acordes merced a las mágicas manos de Felix Antonio Crispín, a quien su devoción lo llevaría a buscar la ordenación de su hijo Luis en el sacerdocio. Años después Macaravita, lo glorificaría como el gran profesor de matemáticas de la Universidad Javeriana, que le dio lustre y honor a su tierra. Pensó en la decencia de Ovidio Leguizamón a quien admiró siempre  por su cordura a la hora de entenderse con los aparceros y claro por el trabajo y tesón en ahorrar en medio de tanta contienda partidista.

Saludó a Rodolfo Valderrama y preguntó por los hijos “Por allá andan en Gualipao, sacando las reces, que le vaya bien don Andrés”. Lo vio entrar presuroso a  la cocina y salir con un humeante pocillo de de café, pero él ya llegaba a la quebrada “Gracias Rodolfo, otra vez será”, alcanzó a gritar. Iba desprevenido, alegre con esa descomplicación de las almas simples. Al llegar a la quebrada del Santuario, tuvo un extraño presentimiento, como si alguien lo observara. Sucedía cuando se encontraba con el hombre de negro de mirada encantadora y tesoros colosales. Avanzó con paso incierto. Se oía el murmullo del agua como la música de Dios, cuando el mundo está en calma y el hombre está en calma. Los árboles de loqueto formaban  un nicho gigantesco. Cauteloso bajó la pendiente próxima a la casa de Benedo. Entonces se vió de pronto enfrentado a su soledad y al murmullo del agua. No había problema. Su carácter sacerdotal y su postura patriarcal infundían ese respeto que se debe a los sabios en su escondite de altivez monumental  y humildad sin límites. Al acercarse a la quebrada vió una mujer lavando ropa. La miró en silencio tratando de adivinar de quién se trataba pero no logró reconocerla. “Buenos  días”. Pero no hubo repuesta. Señora, es domingo … es  pecado lavar los domingos… La mujer continuó su labor. Parecía desesperada, pues lavaba con rapidez. “Señora, no lave, hoy es domingo y es pecado lavar”. La mujer alzó el rostro. Andrés vió en pleno día, con total nitidez , una calavera de abundante cabellera y un cierto fuego en las cuencas de los ojos… “Ay, Dios mío, ayúdeme” y emprendió veloz carrera. Ya no vio el camino, solo piedras y barro. La mujer, de horrible presencia corría detrás con aterradores alaridos, salidos del más allá, donde se pierde la comprensión de los hombres. Luis Orjuela lo vio pasar huyendo de una criatura invisible. Apenas alcanzó a decir: “¿Qué le pasa Andres? ¿Es que vió el diablo o…? No alcanzó a decir más. El hombre desapareció en el relente del día hasta la casa de Antonio Gayón quien le dio unos sorbos de guarapo. Después de un momento dijo: “!La llorona… se me apareció la llorona!” “Ah, ¿fue eso?  Esa criatura anda por estos lugares hace muchos años y usted es el más valiente para esos miedos ¿De qué se asusta Andrés”. “¿Así en pleno día?”. “Así son las cosas. Vamos que ya van a dar el deje”. Caminaron por el atajo, por la travesía de “La Toma” donde murió Martín Arimendi, atravesado por una bala asesina proveniente de los odios políticos desatados por  los gendarmes de la democracia colombiana.

Llegaron cuando  daban el deje. Se oyó la voz del sacerdote “Patern noster, qui es in caelis sanctificetur nomen tuum adveniat Regnum Tuum…” Andrés pensó en la mujer de la quebrada. Antonio parecía sumergido en remotos pensamientos cuando los liberales invadieron la casa de Gregoria Veloza y su hija Elvira en pleno esplendor de su belleza aturdía a los hombres con su donaire de princesa.


El padre Quintero, oficiaba la misa de espaldas a los feligreses y solo en el evangelio y en la homilía se le oyó hablar  en español. “Hijos míos, hay mucha brujería en el pueblo… estén atentos a la salida en el atrio. Hoy sabremos quiénes son las brujas”, les dijo en medio la prédica. María Antonia cantaba en claro latin. Felix Crispín, casi en éxtasis, iluminaba con las notas del armonio el recinto donde las gentes pedían perdón por las culpas propias y las ajenas.

Andrés vio en la nave opuesta muchas mujeres cubiertas con frondosos pañolones. No se atrevían a mirar a los lados por temor a la excomunión a algún regaño del padre Quintero. La misa finalizó con la fuerza del ritual de la fe, capaz de infundir el temor necesario para asegurase del poder de Dios. El padre dijo: “ Ave Maria gratia plena, ave ave dominus, tecum  benedicta tu in mulieribus et benedictus, fructus ventris, tui Jesus…”. Todo terminó cuando  el padre dijo “in nomine Patris et filii et Spritus sancti. Amen”.

Se oyó un arrastre de cadenas y una cierta fusión de oraciones vueltas quejumbres y murmullos. No se supo por dónde salió el padre al atrio y esperó la salida de las mujeres. De repente, lanzó al viento una manotada de semillas de mostaza, bendita, como él decía. De repente  un grupo de mujeres se abalanzaron  a recogerlas lanzando graznidos horripilantes. “ Pueblo de Macaravita: “Esas son las brujas… merecen la hoguera y la condenación eterna”. Pero nadie se movió a apreederlas, cuando vieron a la esposa del alcalde corriendo detrás de las pepitas invisibles. Andrés creyó ver a la mujer de la calavera. El atrio quedó vacío. Sabía el padre que las pepitas de mostaza bendecidas tienen la propiedad de hacerse visibles  en forma de grandes bolas de cristal de colores irresistibles que atraen a quienes practican la brujería y hoy ha quedado claro quiénes son las brujas del pueblo.

Andrés abandonó el pueblo con un extraño desasosiego. Desde pequeño iba a misa sin entender las oraciones ni los cánticos del cura, pero con una devoción infinita, pero esto de las brujas era increíble. No obstante, así es la vida, enigmas y sombras por doquier.











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