SUCESOS SIN DESTINO II
Por: Alonso Quintín Gutiérrez Rivero
La vida es una obra de teatro que no admite ensayos
Charles Chaplin
El
arte de vivir es el arte de envilecerse. Un descenso inmisericorde a la nada de
donde no debimos salir. En el cadalso de
la verdad, se desploman las virtudes y se enciende la incertidumbre de la vida.
Aquel hombre acostumbrado a pasajes insólitos de terror y vergüenza, levantaba
la mirada en actitud casi insólita. Sabía de memoria los caminos de los
santuarios marianos. Muchas veces aceptó la inclemencia del tiempo en el
ascenso al páramo de “Guantiba”, por la simple compañía de Pánfilo a quien le
encantaba hacer viajes históricos a pie para llegar al altar de la Virgen de
Chiquinquirá y regresar con la riolina tocando esa tonada añeja que decía,
“volveré cuando florezcan los gualandayes…”Tonada de belleza incomparable para las muchachas a
quienes embrujaba con el modo de tocarla como si desentrañara los tesoros del
mohán y sus modales de caballero misterioso.
Esa
mañana se arregló como era su costumbre para ir a misa. Guardó con sumo cuidado
el escapulario, regalo de la tía Paulina
y salió radiante del rancho, como si el mundo fuera un regalo de Dios o
simplemente su belleza interior le hacía ver las cosas hermosas. Pensó en las
rezanderas del pueblo y en la voz perfecta de María Antonia volando por encima
de los fieles hasta el altar de San
Claudio, en un espectáculo celestial de voces y acordes merced a las mágicas
manos de Felix Antonio Crispín, a quien su devoción lo llevaría a buscar la
ordenación de su hijo Luis en el sacerdocio. Años después Macaravita, lo
glorificaría como el gran profesor de matemáticas de la Universidad Javeriana,
que le dio lustre y honor a su tierra. Pensó en la decencia de Ovidio
Leguizamón a quien admiró siempre por su
cordura a la hora de entenderse con los aparceros y claro por el trabajo y
tesón en ahorrar en medio de tanta contienda partidista.
Saludó
a Rodolfo Valderrama y preguntó por los hijos “Por allá andan en Gualipao,
sacando las reces, que le vaya bien don Andrés”. Lo vio entrar presuroso a la cocina y salir con un humeante pocillo de
de café, pero él ya llegaba a la quebrada “Gracias Rodolfo, otra vez será”,
alcanzó a gritar. Iba desprevenido, alegre con esa descomplicación de las almas
simples. Al llegar a la quebrada del Santuario, tuvo un extraño presentimiento,
como si alguien lo observara. Sucedía cuando se encontraba con el hombre de
negro de mirada encantadora y tesoros colosales. Avanzó con paso incierto. Se
oía el murmullo del agua como la música de Dios, cuando el mundo está en calma
y el hombre está en calma. Los árboles de loqueto formaban un nicho gigantesco. Cauteloso bajó la pendiente
próxima a la casa de Benedo. Entonces se vió de pronto enfrentado a su soledad
y al murmullo del agua. No había problema. Su carácter sacerdotal y su postura
patriarcal infundían ese respeto que se debe a los sabios en su escondite de
altivez monumental y humildad sin
límites. Al acercarse a la quebrada vió una mujer lavando ropa. La miró en
silencio tratando de adivinar de quién se trataba pero no logró reconocerla. “Buenos días”. Pero no hubo repuesta. Señora, es domingo
… es pecado lavar los domingos… La mujer
continuó su labor. Parecía desesperada, pues lavaba con rapidez. “Señora, no
lave, hoy es domingo y es pecado lavar”. La mujer alzó el rostro. Andrés vió en
pleno día, con total nitidez , una calavera de abundante cabellera y un cierto
fuego en las cuencas de los ojos… “Ay, Dios mío, ayúdeme” y emprendió veloz
carrera. Ya no vio el camino, solo piedras y barro. La mujer, de horrible
presencia corría detrás con aterradores alaridos, salidos del más allá, donde
se pierde la comprensión de los hombres. Luis Orjuela lo vio pasar huyendo de
una criatura invisible. Apenas alcanzó a decir: “¿Qué le pasa Andres? ¿Es que
vió el diablo o…? No alcanzó a decir más. El hombre desapareció en el relente
del día hasta la casa de Antonio Gayón quien le dio unos sorbos de guarapo. Después
de un momento dijo: “!La llorona… se me apareció la llorona!” “Ah, ¿fue eso? Esa criatura anda por estos lugares hace
muchos años y usted es el más valiente para esos miedos ¿De qué se asusta
Andrés”. “¿Así en pleno día?”. “Así son las cosas. Vamos que ya van a dar el
deje”. Caminaron por el atajo, por la travesía de “La Toma” donde murió Martín
Arimendi, atravesado por una bala asesina proveniente de los odios políticos
desatados por los gendarmes de la
democracia colombiana.
Llegaron
cuando daban el deje. Se oyó la voz del
sacerdote “Patern noster, qui es in caelis sanctificetur nomen tuum adveniat
Regnum Tuum…” Andrés pensó en la mujer de la quebrada. Antonio parecía
sumergido en remotos pensamientos cuando los liberales invadieron la casa de
Gregoria Veloza y su hija Elvira en pleno esplendor de su belleza aturdía a los
hombres con su donaire de princesa.
El
padre Quintero, oficiaba la misa de espaldas a los feligreses y solo en el
evangelio y en la homilía se le oyó hablar en español. “Hijos míos, hay mucha brujería en
el pueblo… estén atentos a la salida en el atrio. Hoy sabremos quiénes son las
brujas”, les dijo en medio la prédica. María Antonia cantaba en claro latin.
Felix Crispín, casi en éxtasis, iluminaba con las notas del armonio el recinto
donde las gentes pedían perdón por las culpas propias y las ajenas.
Andrés
vio en la nave opuesta muchas mujeres cubiertas con frondosos pañolones. No se
atrevían a mirar a los lados por temor a la excomunión a algún regaño del padre
Quintero. La misa finalizó con la fuerza del ritual de la fe, capaz de infundir
el temor necesario para asegurase del poder de Dios. El padre dijo: “ Ave Maria
gratia plena, ave ave dominus, tecum
benedicta tu in mulieribus et benedictus, fructus ventris, tui Jesus…”. Todo
terminó cuando el padre dijo “in nomine
Patris et filii et Spritus sancti. Amen”.
Se
oyó un arrastre de cadenas y una cierta fusión de oraciones vueltas quejumbres y
murmullos. No se supo por dónde salió el padre al atrio y esperó la salida de
las mujeres. De repente, lanzó al viento una manotada de semillas de mostaza,
bendita, como él decía. De repente un
grupo de mujeres se abalanzaron a
recogerlas lanzando graznidos horripilantes. “ Pueblo de Macaravita: “Esas son
las brujas… merecen la hoguera y la condenación eterna”. Pero nadie se movió a
apreederlas, cuando vieron a la esposa del alcalde corriendo detrás de las
pepitas invisibles. Andrés creyó ver a la mujer de la calavera. El atrio quedó
vacío. Sabía el padre que las pepitas de mostaza bendecidas tienen la propiedad
de hacerse visibles en forma de grandes
bolas de cristal de colores irresistibles que atraen a quienes practican la
brujería y hoy ha quedado claro quiénes son las brujas del pueblo.
Andrés
abandonó el pueblo con un extraño desasosiego. Desde pequeño iba a misa sin
entender las oraciones ni los cánticos del cura, pero con una devoción infinita,
pero esto de las brujas era increíble. No obstante, así es la vida, enigmas y
sombras por doquier.
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