ENCUENTRO


Punto de encuentro.

martes, 14 de junio de 2011

COSECHA DE SEMBRADOR




COSECHA DE SEGADOR

Por: Alonso Quintín Gutiérrez Rivero

Hubo un maestro de recia figura y de mirar sereno. Un maestro, de mirada franca, y de sonrisa cierta. Uno en quien  se podía confiar  el oro del mundo y la riqueza de un reino. Un maestro  de conversación exquisita y de sonrisa afable, en donde cabían las bondades del mundo y la voluntad de un guerrero. Intuía las sentencias de los sabios y las sembraba en sus discípulos como quien planta un árbol, con la delicadeza y la pasión de un genio.  Sabía de la orfebrería de los dioses a la hora de aproximarse al conocimiento de los seres y las cosas. Ese maestro de asombrada alegría y de  acendrado  amor por  la familia y la patria,  caminaba bajo el cielo tachonado de estrellas dispuesto a jugarse el destino por la sagrada ruta de sus hijos. Pactaba la ética con la vida  y en los altares del triunfo le hacía ofrendas al dios de la virtud, para trazar el abecedario de sus días.

Para él “Dios es el  baluarte contra la anarquía moral” como sentenciaba Voltaire y la ilustración el mejor  camino para llegar así mismo. Su vida llena de pedestales y laureles, fue una  guía para las generaciones, que aprendieron de sus modales y de esa manera de entender a los humanos, como si  no fueran hechos de barro y tristes salutaciones de traición. 

El claustro amado recordará, su apacible figura donde fulguraba un monarca y asomaba un héroe. Había aprendido en las enseñanzas de los sabios,  que la filosofía de la muerte es la condición de la vida y que hay un lugar  para el misterioso amor de las cosas que nos ignoran y se ignoran. Sabía que la tempestad rejuvenece las flores y que el infinito se ve por todas las ventanas, cuando el alma está dispuesta y el corazón alerta. Sabía que el tiempo es un jugador ávido, que gana sin trampear en todo lance y que la inclemencia pasa por el hombre borrándolo todo incluso la vergüenza.  Entendía con Baudelaire que “El reloj pasa tocando a medianoche/ y que irónicamente nos compromete a recordarnos/ del uso que hicimos del día que se vá”.  Aprendió en el ágora que la verdad siempre está a punto de desplomarse a los abismos y que pensar es comenzar a ser hombre, como se los dijo a sus hijos, en noches de tertulia y de franca devoción. 

Su voz diáfana y serena, traspasará los muros del silencio, donde habitó la gloria del poder,  y su talento de maestro cultivador de virtudes, sembrador de esperanzas y de egregios caballeros,  que hoy van por el mundo con nobles títulos,  trazando las rutas de victoria que sembraron sus palabras.
Se detendrá un ángel en el camino a aspirar la fragancia de su alma y a descifrar la gracia de sus palabras con las que conquistó amigos, y antiguas catedrales donde pasaban graves filósofos  a meditar  las cosas terrenales. Se detendrá el silencio a recoger sus pasos, perdidos en la sombra, iluminados ahora por el trajín de los recuerdos.  Se detendrá un viento a recoger las hojas recién caídas sobre las piedras y se escuchará la tonada de un tiple santandereano, en el preludio de la aurora, musitando una queja, escudriñando una pena, pero más allá donde todo se olvida en el filo de la ausencia, flotarán sus encantos, florecerán su recuerdos, arrullará su carácter, como diciendo adelante, la vida se compone de pequeñas campanadas y grandes sacrificios.  ¿No esparce su aroma una flor al más necio? ¿ No se entretiene el cielo a contemplar las fragancias de los hombres buenos? ¿No es más apacible la vida desde que el amor existe y se inventó el dolor? 

Maestro Cibel: el claustro amado venera su recuerdo. La generación que lo vió practicar sus enseñanzas guardará en cofre sagrado su memoria y una legión de amigos,  marchará  por los senderos del viento dispuestos a perpetuar su recuerdo en los pliegues de esa bandera que izó sus esperanzas por hacerla mejor y digna de alabanzas.
¿Quién responderá a las voces de la ausencia? Un canto sin memoria, deposita su triste melodía  en el naufragio de este  día y un llanto detenido en el paisaje se aproxima al desvelo de una madre y unos hijos,  tesoro de mil plegarias, secreto de mil perdones, a refugiarse en el regazo feliz de los recuerdos, desde donde regresará con paciencia y devoción la egregia figura del maestro que enseñó con el ejemplo y se adueñó de la virtud de los cerezos para hacer posible la primavera de sus bellas enseñanzas.
Buen viaje caro amigo, por los predios del cielo.

Con admiración y profundo respeto a la Profesora Anita, a Adrian Francisco, Carlos Andrés,  Angela Mercedes, Cibel Orlando y Laura Susana, cuando la ausencia naufraga en los portales del llanto.
Pronunciado el día 15 de junio del año 2011 en el templo parroquial de Cite Santander, en  las exequias del maestro Cibel Camacho.

No hay comentarios:

Publicar un comentario