ENCUENTRO


Punto de encuentro.

domingo, 1 de mayo de 2011

ANTOLOGÌA POÈTICA

TEXTOS DE  Alonso Quintin Guiérrez  Rivero



ANGUSTIA
Al poeta Víctor Raúl Rojas Peña
Un hombre enciende la antorcha
Y corre por la gran ciudad;
Casi una luz, casi un hombre.
Una gran sombra lo persigue
A horcajadas por las esquinas.
Sudoroso, pasa raudo,
Frente a las escalinatas
Del gran templo….
La antorcha crepita contra el viento.
Las sombras lo ven pasar
Diminuto y prosaico.
Su fina inteligencia,
Abunda en ruegos.
En la estampida deshoja interrogantes.
En el aire un pregón
En la frene una pena.

La ciudad reververea en plegarias.
Hombres cansados de llevar sus penas,
Miran con ojos ausentes.
Las mujeres, palidecen.
Sobre el temblor de sus labios
Se posa una golondrina.
Un frenesí de abrazos
Bordea la ciudad,
Sobre un abismo de silencios.
El amanecer sorprende al hombre
Con los brazos en cruz
Sobre las colinas del templo.
Un rumor de voces
Apacienta las aguas del silencio.
Desde el cielo porfía una estrella

 

Sobre el agreste horizonte.
Un hombre baña el rostro
En el mar de sus lágrimas.
De magnífico histrión,
Pasó a formular su pena
En la dermis de la noche.
Un grito desesperado tronó a lo lejos,
Las rocas le devolvieron un largo lamento.
Toda la noche suscitó la furia del viento,
Contra los ventanales.
No pudo controlar los pasos,
En los charcos de las calles.
Con frenesí, golpea una y otra vez,
Las sagradas aldabas del templo.
Nada… solo el eco…. De unos golpes
Nublaron su cabeza.
En su rostro dionisiaco
Se dibuja el espanto de la ausencia.
Ausente de sí mismo.
De sus hondos pesares


De su risa perdida
En los quicios de las puertas,
De esta noche sincelada en la pena.
Su rostro prisionero,
Atado a mortales sufrimientos,
Sonrió un instante
Para decir: hasta siempre padre mío.
La ciudad amurallada empezó este lamento
Sin regreso posible,
En la triste fragancia de la ausencia.

Marzo 24 de 2009.
II.
EN EL TEMPLO
Un aroma de flores marchitas exudaba el templo.
El sacerdote oficiaba de intermediario,
Entre Dios y el más común de los mortales.
Una voz temblorosa conmovió la multitud
Y en la divina embriaguez de la tristeza,
Lloró como nunca en presencia de los fieles.
Por el arco del templo asomó el féretro,
Y tras él, la multitud.
Una mujer de profunda mirada
Sollozó en silencio
Y avanzó con pasos perdidos.


¡Quién podrá comprender el horror humano?
Las pálidas flores desaparecieron,
Bajo un fragor de niños necios.
Todo volvió a la realidad,
Y sin embargo, algo cambió para siempre
En la atmósfera del templo.
Un rostro
o acaso las huellas del horror humano.

Abril 15 de 2009

III.
INCURSIÓN SINCERA



Lo humano, es vaporoso,
Se levanta entre musgos en las rocas
Se eleva a la clámide del cielo,
Rumbo a las estrellas.
Lo humano advierte fragancias divinas
Se hunde en monumentales humaredas.
La humana osadía,
Detrás de los rugidos de las fieras,
En selva oscura,
Lo humano habita el caos y el desastre
¿DE QUÉ ESTAMOS HECHOS?



¿Quién soy?
Acaso un vagabundo
Distraído cuya fe en los hombres perdió.
He visto rostros divertidos y risueños,
Donde el alma parecía sonreir.
He visto rostros de temblor transidos
Humareda de tragedias.
Rostros de antiguas soledades
Y ojos ya machitos.
He visto la piel de la nostalgia
En rostros desolados
He visto el compas de la elocuencia











Calcular el vacío
Y regresar intactos
Al uso normal de los ademanes cotidianos.
He visto poco
Pero eso basta
Para dejar mi decepción dispuesta
Al tedio de los días
En las borrascas del olvido.

LA LUCHA DEL GUERRERO
De acuerdo, estoy de acuerdo,
Mi mundo está invadido de extraños desvaríos,
Un sofocante asedio de mi mismo
Una ardiente sucesión de guerras fatuas
Un destino insomne
Cabalgando sobre las arenas del misterio.
¿Qué imprecisa nota
Se desprende allá en el firmamento
Donde pocos entienden
Y los imperios sucumben.
A los pies del guerrero?
¿De qué país sin nombre vemos?
Las aguas cantarinas
Se van por los abismos,


Y no acierto a comprender
Este mal que me persigue.
Al amanecer, las fieras beben
En ríos de aguas tranquilas
Y se retiran a apacentar a los hijos.
Bajo los árboles descansan
Su feroz sueño
De praderas sangrientas
Y soles inclementes.
Una sacerdotisa se alza en medio del misterio
Grita desde las escalinatas
Y apaga las últimas antorchas.
Su seráfica existencia se diluye
En los profundos ecos del silencio.
Entonces regreso sobre mis perdidos pasos
Y en mi desolación no alcanzo a comprender.
En los altares de la tragedia humana,
El hombre es una brizna de misterio;



Una brizna nada más.
Más allá, los guerreros
Ofrendan sus vidas sin destino,
Al dios de la guerra,
Entre cantos inmortales
Y gritos moribundos.
Estoy al pie de los altares,
Postrado en mi silencio,
Sin saber que existo.
Soy piedra y sol audaz,
Perdido en las grietas del misterio.
Por aquí pasaron con lanzas
Y escudos relucientes.
Dormían a cielo abierto
Presintiendo la batalla.
Morían sin saber de sus hijos,
Pero morían por la patria,
Que tampoco entendían.

Era su intenso destino.
Bebían en el rìo con las fieras.
Se batían a duelo
Apostaban sus vidas
En lucha enceguecida
Y al brillo de la espada,
Se perdían en el bosque.
Regresaban convertidos en nubes.
Después eran trueno y tempestad.
En noches apacibles,
Las doncellas soñaban
Con extraños firmamentos
Tachonados de estrellas,
Donde tal vez los guerreros
Las bañaban con su luz desde el cielo.
Ellos padecían sus ausencias.
Soñaban despiertos al candil del recuerdo.
Mi vida está hecha de extraños silencios.
A veces meditabundo,
Busco más allá de los murmullos
El pregón de mis pasos
En el fatal abismo
De mis hondos pesares.
Inútil: todo acaba
Donde empieza el pensamiento.
SIN ENTENDIMIENTO.

A veces, no atino a comprender,
Este mal que me asesina.
Esta fiebre desmedida
De amar un imposible
Cuando nada está de nuestro lado,
Cuando todo se nos va,
Cuando todo está perdido.
A veces se me olvida
Que somos apenas el recuerdo
De algún dios lejano.
Acaso las huellas que deja
Un viento desolado,
Cuando pasa inadvertida
Una estrella remota.
A veces me persiguen fantasmas
De recuerdos,
Tristezas ignoradas.
Contemplamos perplejos
En el mar del universo
La bruma que deja una mujer
Al pasar,
O simplemente el rostro que queremos olvidar.
Es tan hondo
El suplicio del olvido.
Tan triste el canto de la tragedia humana.
A veces, ya no acierto
A entender el movimiento de mis manos
Cuando se elevan suplicantes
Detrás de una plegaria.
A veces,
En la imprecisa mañana
Los despojos humanos
Semejan aves extraviadas.
No saben que en la farsa de la espera
Un dios aguarda,
Por los olvidados del tiempo y del amor.
Ellos beben en campos de perdición
Sus desventuras.
Llevan consigo el deambular perplejo
De los cantos humanos.
A veces
Ya no acierto a precisar
En el desierto de mi alma
Donde perdí el acento,
si en la lides del silencio
O simplemente en la nada del misterio
En la despedida final
De una paz convertida en silencio
En las turbulentas aguas
Del torrente eterno
y la tragedia humana.
SALUTACION
A Leonor Ligia Sandoval Salamanca
Escríbame un verso, nada más eso,
Me dijo airosa y en su frente altiva,
Posóse una estrella pensativa
En la augusta ingravidez de los cerezos
En sus ojos ardientes de ternura,
Fulgía la acechanza de una pena,
Su corazón no sabe de condenas
Ni tampoco de crueles ataduras.
Ella viene de la estirpe de un lucero
A encender proclamas libertarias
Donde el viento inventa los senderos
Leonor por siempre, la princesa amada
Con toda devoción aquí le entrego
el verso que pediste en mi fatal morada
SENSUALIDAD
Asomó por encima de los muros,
Vió una doncella pasar, candorosa, erguida,
Con mirada fiera.
Entonces, intentó asaltarla, pero ella,
Firme lo espera en medio del prado.
Con manos temblorosas toca sus cabellos,
Roza los labios tentadores.
Ella sonriente suelta sus vestiduras.
Entonces, ya nada pudo en su ebriedad.
Destronado de tanta pesadilla,
Cae de rodillas a los pies de la mujer.
Brillan los muslos a la luz de la luna.
Se siente perdido
En un deleite diamantino de amatistas y astromelias.
con cimbreante cintura,
La mujer, danza ferozmente en la pradera.
Cuando intentó despertar
Sintió perderse en extrañas fragancias.
“licor femenino que destila veneno”.
Al amanecer, hubo un rumor
De caballos y praderas.
La mujer de encendida mirada,
Festejaba su postrer beso,
En la fatal atadura de sus labios.
INVETERADA
Una suave brizna de silencio,
Cae sobre tu piel desnuda.
Un rayo de luna parpadea indeciso
Sobre tus muslos.
Los cabellos caen sobre las blancas palomas de los senos.
Así, inadvertida, bajo el dejo del céfiro,
Te hubiera alcanzado entre los árboles.
Mas, solo la suave fragancia de tu cuerpo
Viene a mi estación sombría.
Perdido estoy en el terrible tormento del recuerdo.
El tiempo sabrá de ti,
De la febril fragancia de tus labios,
Apacentando el deseo,
En furiosas embestidas.
La muerte fue en los destellos de la tarde,
La claudicante estrofa de amor,

Mientras tu mente distraída
Pintaba el horizonte.
tiempos sin memoria.
Una lluvia de recuerdos
Ahora se posa sobre tu cuerpo
Mientras viajas por los terrenos prohibidos del olvido.

SATURACION

Tengo la imprecisa senda por guía
Y un fatuo despertar.
Tal vez todo se aclare
Cuando vuelva a empezar el día.
Por los tejados, bajan sonámbulos mis ojos
Cansados de esperar.
Mi piel de asfalto y ocre
Zarpa en un mar embravecido,
Saturado de anécdotas,
Y dioses de espadas refulgentes.
Estás ahí, con tu sentencia de furiosos besos
Dilapidados en noche infernal
De lodo y sangre.
Tú bebías mi sangre
En los pliegues de una luna rojiza.
Tarde fue el extravío
Tarde fue tanta diatriba desvergonzada.
sin pensar expiro
En sus mórbidos brazos.
La efigie de su rostro se desvela
Sobre las aguas de un eterno arroyo.
En sus ojos, un dios volcánico,
Parece extasiarse en la sagrada evocación
De un cuerpo en quemante oblación.
El mismo dios que una vez nos vio descender
A los abismos y elevarse en celestiales entregas.
El dios olvido, el dios fuego,
Lebrel de los refugios por donde solíamos pasar
Sin pesar inadvertidos,
Tal vez tan evidentes
Que no quisimos entender
Las miradas de los transeúntes
Absortos en nuestro mutuo embeleso.
Pasamos junto a las catedrales,
Invadidas de amuletos.
Nos vieron las estatuas de los muertos
Y, se rieron de nosotros,
Tristes aprendices de la vida.
Ví tu sonrisa radiante
En la sombra de un sacerdote.
En el portal abriste los brazos
Como si quisiéras beberte el mundo.
Después entraste al gran salón de las alfombras
Cabellera suelta, ojos ardientes.
Fulgía tu cuerpo, en medio del misterio.
Cundo quise abrazarte, ya no estabas,
Eras neblina y danzabas, con gran delicia
Sobre mis cansados sentidos.
Agitado, pregoné tu nombre en el salón,
Pero solo me respondió el eco
Y una caída estrepitosa de soles sobre las baldosas.
Huías desnuda por las escalinatas.
Desde entonces, mi voz te persigue
Por las grietas del olvido.
He recorrido tu cuerpo en la penumbra del recuerdo
La ausencia es la sacerdotisa del entendimiento.

Se fue por la penumbra buscando otra silueta,
Cuando estuvo a la altura de la vida,
se perdió en su propia sombra.

En sus labios se encendió un clavel
En sus manos aleteó una mariposa
Bajo un estruendo de lluvias
Caían los párpados de la noche sombría
Una azul melancolía estremecía el paisaje,
La doncella desnuda estrujaba las cadenas.
Al amanecer sus ojos ausentes
Tocaban las puertas del cielo.
Un aire de amapolas levantaba el vuelo
En una suave emanación de misterio y soledad.
Esclavo de tanta contradicción,
Tuvo tiempo para un sollozo,
En la tristeza de la tarde.
Cuando volvió al camino,
Sintió un siglo de ausencia
Como si el camino fuera otro invento
En el sueño de su vida.
La noche se pierde
En la confusa conversación de los astros.
Un tropel de infamias rosa la multitud como un lamento.
De pronto un hombre levanta los brazos
Y enciende el fuego sagrado, donde arderán sus sueños
Los próximos cien años.
La noche extasiada sabe
De la ilusoria soledad de los astros
Y de la pérfida ensoñación
Por donde ruedan al abismo las banderas
Viejas proclamas de libertad
Emancipación
Gritos de lujuriosas plebeyas
Y rostros teñidos de esplendor
En palacios de placer.
La noche se pierde en sus lamentos
Y un grito de virgen asustada
Cae de los cabellos de la luna
Sobre el clavicordio del silencio.
Algún dios dirá después
Que un canto de pájaros
Traspasó los umbrales
Sobre las cúpulas del templo
Y se extendió sobre los parques
Donde una catarata de aire
Eclipsaba la noche
En una triste rapsodia
Despedazada en silencio
Somos el triste refugio de la luz.
Cuando medie el olvido,
Asomará a los balcones un rostro.
Para entonces, los arrieros habrán partido,

Y un tropel de caminos,
Acogerá las voces perdidas
Entre susurros de amor,
Y terribles maldiciones.
Somos tan poca cosa
Al desamparo de los vientos
Y en el oficio del olvido,
Un triste canto sin destino.

El espejo le entregó otro rostro,
Y con él anduvo en incesante búsqueda.
Tras los cristales hubo
Un temblor de cuerpos agrietados.
Ella estaba de pie frente al espejo,
Sus labios de cristal, sus largos brazos,
Teñían de mariposas el azul del cielo
En la desesperada ebullición de los abrazos.
Pensaba en los misterios de la vida,
Uncida en la ciudad de los cristales
Frente al espejo, pasaba inadvertida
Caían gotas de silencio
En la augusta ciudad de los vitrales

En ocasiones la única moralidad es el olvido
¿Quién preguntará por mi sombra cuando traspase los muros?
No basta un destino. Es necesario también la condición humana.
Quien vive desesperado, levanta el fuego sagrado
Sobre las grandes colinas.
En las grutas se oye un arrastre de cadenas
Y un improperio,
Un lastre de voces agrietadas por el tiempo.
Si la única moralidad es el olvido, ¿Para qué insistir?
En la noche algún guerrero altivo,
Roba su luz a los astros,
Un sabio predica verdades ocultas,
Un niño conversa con las estrellas
Se rie de sus ocurrencias.
Un rio porfía más allá del desfiladero.
Con aire austero, el monarca desciende
Con un cortejo de vientos a la espalda.
Una espada cansada, está dispuesta
Al postrer lance.
La única moralidad es el olvido.
Detrás de las palabras está la ausencia.

1 comentario:

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