ENCUENTRO


Punto de encuentro.

viernes, 2 de diciembre de 2011

SUCESOS SIN DESTINO III



                           SUCESOS SIN DESTNO   III
Por: Alonso Quintín Gutiérrez Rivero

Fue  el viento  helado
que vino a mi en la noche y dejó tras si
su imagen en mi espíritu
Edgar Allam Poe

Hay secretos que nunca debieron divulgarse.  Misterios impensados más allá de la aparente realidad profanadores de tranquilas emociones.  Nieblas cruzando  musgosas puertas. Voces ocultas pugnando por salir. Vientos detenidos en las ramas de los árboles. Murmullos inaudibles  contando historias de enigmáticos seres. El hombre esa vanidad de la naturaleza, tan acostumbrado a la demagogia interior, se pasea inconcluso por  senderos  de  incertidumbre.

Una sombra cruzó la estancia, como un sueño adivinado en la penumbra del pensamiento. Evaristo pensó en las cosas del más allá y se quedó mirando el paso de una nube hacia “El Upal”. Soñaba con construir su casa en el marco de la plaza, pero no tenía el dinero y su nombre pesaba mucho en el pueblo para no  hacer algo grande. Una suave brisa como suplo divino movió las flores de buganvilia sobre el tejado.

Evaristo, escuchó los pasos de alguien. Una proximidad de lejanías. Aromas de eucaliptus, dividivis y yaraguá. “Cuántas huellas deja en el rostro  una preocupación”. “¿Quién habla?” Un hombre corpulento, de figura esbelta y sonora voz como de actor de opera, dejó ver al desamparo del anochecer un gran sombrero encima de unas cejas pobladas, y una mirada profunda, como si viniera de más allá de la realidad. La brisa le movía la capa. Vestido de negro riguroso, miraba y con su mirada parecía alumbrar la noche. “¿Qué quiere Evaristo?” “Nada” y quiso entrar pero el hombre se le interpuso. “Nada tan triste como un hombre vencido por sus pensamientos. Yo soy su solución, Evaristo”. Entonces le habló del libro del Gran Grimorio, del papa Honorio. De un encuentro con Belcebú o Lucifer o Astarot. Le dijo de las condiciones para obtener riqueza en abundancia, placeres y fama. Se ofreció de intermediario. Le dijo tantas cosas que al final estuvo de acuerdo y pactaron el encuentro. Le dijo también que esos pactos se hacían con dos personas en distintos lugares para asegurarse de la efectividad del pacto y que la noche anterior  se había comprometido con un trabajador de “La Palma”. Todo estaba a su favor. Evaristo miró al hombre casi con veneración y preguntó “¿Y usted quién es?” “Me conoce más de lo que imagina. Siempre he estado con ustedes. Soy parte de la historia de este pueblo” “¿Eso es todo?” .”Eso es todo, amigo mío. Hasta mañana” Le entregó el gran libro de San Cipriano, conminándolo a leerlo esa noche, a manera de manual de ritual  y desapareció como por encanto. Silverio, el  hombre de la Palma, había recibido la misma visita la noche anterior.

Evaristo, soñaba con una gran casa de balcones al parque, desde donde vería desfilar las carrosas y las hermosas reinas del colegio Juán XXIII. Invitaría al pueblo entero al gran banquete inaugural. Le daría a Rufino Hernánadez alientos para soportar la pérdida de la vista y al padre Gabriel una gran contribución para la reconstrucción del atrio desde donde el padre Quintero arengaba a los hombres que se acuchillaban en la calle real en  tiempos de ingrata recordación  de la estupidez politiquera. Tendría mucho dinero. Sería famoso por sus riquezas, hasta lo nombrarían alcalde. El dinero es apenas un concepto pero sin él el hombre se envilece en repugnante abandono. Evaristo tenía resuelto su problema existencial. Su pacto con el diablo era un secreto guardado en lo profundo de esa debilidad convertida de repente en acto de heroísmo descomunal.

Arriba de la quebrada de “La Puerta”,  Silverio vivía el mismo delirio. Su vida de jornalero y de pobreza iba a desaparecer con este pacto. Había repasado una y otra vez los pasos del ritual y se abstenía de comer alimentos de sal como lo ordenaba el manual. Soñaba con comprar la finca “El Santuario”, propiedad de Valeriano, compraría ropa, y exquisitos alimentos. Viviría como  rey la vida entera.

El hombre de negro, de relumbrantes espuelas de plata, sometía con la mirada. Aparecía donde estaban los encantos. Amado y temido por el vecindario lo asumían como el mohán, el hombre de estatura descomunal dueño de ingentes tesoros y quien ahora oficiaba de intermediario entre Belsebú y el sueño de dos mortales, prontos a recibir riqueza y poder incalculables.
El pacto se cumplió conforme a los rituales del libro El Gran Grimorio. Una noche de luna llena, cada uno en su lugar, recibió la visita del “Patas” como le dicen por aquí al diablo, siempre con la anuencia del hombre de negro, quien oficio de testigo. El diablo se comprometió a darles riqueza en abundancia. Ellos por su parte le entregarían su alma 10 años después. Firmaron el documento de rigor y quedaron de encontrarse, Evaristo en la quebrada del “Guamito” y Silverio en su propia casa, cerca de  la quebrada de “Salsipuedes” con ocho días de diferencia. Es de advertir que  el ritual del pacto se cumplió en absoluto secreto, cada uno por su parte y sin que los dos supieran uno del otro.

Dos meses después Evaristo estaba listo  para cumplir la gran cita en la quebrada “El Guamito” a media noche como lo señalaba el ritual y con  luna llena. Llevó un maletín y dos mochilas. Muy temprano salió. Hoy terminarían sus penurias, Ser rico, es asunto de pensamiento y en su delirio, ya disfrutaba  de la fruición del dinero.
Salió con tres horas de anticipación. La calle empedrada le parecía hermosa como si acabaran de pasar los caballos de Hernán Pérez de Estrada, el conquistador que jamás llegó por aquí, pero él en su delirio todo lo veía del esplendor de la sumisión y del trono del poder. La única tienda abierta era la de Martina y allí entró en busca del valor  que proporciona el licor. “Compadre ¿qué hace por aquí?” le preguntó Efraín ya aturdido por el aguardiente. “De paso, voy de paso”, solo dijo eso, pero se quedó tomando sin percatarse del tiempo. Con el paso de las horas, Evaristo le contó a su compadre el secreto de su vida. Con espanto, el compadre lo persuadía para no ir a ese encuentro pero él estaba más allá de la realidad para entender razonamientos. Llegada la hora Efraín, arreció los trucos para evitar la salida del intrépido aventurero. De pronto, una hermosa mujer pasó frente a la tienda y Evaristo en estado de éxtasis intentó seguirla pero Efraín se lo impidió “Compadre no vaya, esa mujer ya se fue”. Pero la mujer se detuvo en la esquina distraída tal vez en asuntos femeninos, quién sabe. Evaristo decidió seguirla. La vio aproximarse al kiosco del parque con movimientos insinuantes de cadera, causantes ahora de una febril excitación aumentada con los efectos del licor. Resuelto llegó al kiosco y cuando se aprestaba a la conquista, vio un monstruo con cabeza de caballo echando fuego por los ojos. Intentó correr pero ya era tarde. Sintió que una fuerza descomunal lo arrebataba por los aires en medio de un terrible  torbellino. Como pudo Efraín alcanzó a aferrarse a los pies del compadre quien ya iba tomado altura y cuando por fin tocó tierra se hallaba al pie de la plaza, lejos del kiosco. Cayeron los dos pero entonces se oyó un  grito estridente y otra vez el remolino arrastró a Evaristo a la salida del “juncal”, donde arreciaron los gritos y los clamores del compadre pidiendo piedad “por el amor de Dios”. No supo de dónde sacó alientos y velocidad en los pies pero llegó pronto al lugar donde Evaristo era azotado contra el suelo en movimientos brutales de fuerza demoledora. Lo vio sangrante la cabeza, el rostro, los brazos y destrozada la ropa.  Efraín en un acto desesperado  dijo “Santo Dios, sálvenos. Señor, Dios, ten misericordia de tu pueblo porque los enemigos del alma quieren perdernos. sávanos Dios santo”. Otro grito y otro golpe despiadado. Evaristo, cayó extenuado rebotando contra el piso. “Santo Dios, sálvenos”, fue el nuevo grito de angustia de Efraín, porque el compadre no se movía en medio de un charco de sangre. Cesaron los vientos y los alaridos. Entonces Efraín intensificó lo rezos y clamó socorro pero nadie les prestó ayuda. Según dijeron después las gentes nada escucharon esa noche tenebrosa. Evaristo aún respiraba cuando su  compadre lo llevó a la casa cural donde recibió cuidados médicos y espirituales. "Oh, madre de bondad amparadme guardadme, regidme como posesión vuestra. Amén".Fueron tres meses de claustro y de asistir a misa comulgando. Los exorcismos del padre Gabriel  y su arrepentimiento bastaron para que Lucifer no insistiera  en el cumplimiento de ese pacto con el dinero y el misterio, pero en su corazón y en su cuerpo quedaron para siempre las cicatrices de esa noche  de furia demoniaca. El día que partió para nunca regresar, muchos amigos fueron a despedirlo. Entre los conocidos creyó ver al hombre de negro fumando tabaco con la tranquilidad de un sabio y la agilidad de un saltimbanqui en disposición de amistad, pero no creyó prudente mencionarlo a nadie. Le bastaba el terrible recuerdo de esa noche para soñar con el olvido.
A la siguiente noche, la casa cural fue asediada por los vecinos de la palma quienes traían a Silverio moribundo con ataques de epilepsia pronunciado palabras ininteligibles. Traía el rostro amoratado y heridas en todo el cuerpo. En sus ojos ausentes se estremecía la última escena de terror vivida en su propia casa al filo de la media noche, el día anterior. A la pobreza le faltan muchas cosas, a la avaricia le faltan todas.
Había colocado los yugos en el centro de la sala, como decía el manual, y la cabeza del gallo encima de las ramas de altmisa, ayuelo y albahaca. Se tocó el índice de la mano derecha donde aún tenía las huellas del alfiler para sacar sangre y  sellar el pacto. Sintió un agudo dolor en la espalda donde tenía la marca dejada por el espíritu maléfico aquella noche de miedo. Todo estaba como lo había previsto. Sería rico y poderoso. ¿No lo había sido Niccolò Paganini, el virtuoso violinista italiano o Robert Johnson, el gran guitarrista, o  Urbian Grandier, la leyenda del lago de Sofo? Todo estaba en esperar la media noche, pero su esposa se empeñaba en impedirle esa aventura “Pobres nacimos, pobres hemos de morir, pobres pero honrados. Por Dios, no haga eso” y rezaba en secreto.

"Señor Oh, Dios, Rey omnipotente, en tus manos astán puestas todas las cosas, si quiereis salvar a vuesro pueblo nadie puede resistir a vuestra voluntad... vos hicisteis el cielo y la tierra y todo cuanto en ella se contiene, sois el dueño de todas las cosas ¿Quién puede resistir a vuestra voluntad?"
A media noche, se oyó un gran ruido y el balar de un cabro en el patio. “Llegó la hora” se dijo en silencio  y salió. La mujer rezaba con mayor devoción: "Alma de Cristo santifíccame, cuerpo de Cristo sálvame, sangre de Cristo embriágame, agua del costado de Cristo lávame, pasión de Cristo confórtame... Oh, mi buen Jesús òyeme, no permitas que me separe de ti, del maligno enemigo defiéndeme..."En la esquina divisó un enorme cabro de ojos chispeantes y hacia él se dirigió, pero el cabro huyó y así en derredor de la casa. De pronto se oyó un gran ventarrón y algo entró  en la habitación. Silverio horrorizado recibió un terrible golpe y cayó sobre el yugo, luego se sintió flotar  a la altura del zarzo y caer quebrándose las costillas. Una fuerza  poderosa lo golpeó contra las paredes, contra el quicio de la puerta, contra el yugo. Finalmente quedó tendido chorreando sangre cerca a la cabeza del gallo. El espíritu desapareció y cesó el ventarrón. Solo se oía a lo lejos aullar los perros de Luis Evelio y de José Cáceres. Las oraciones de la señora lo habían salvado de la muerte, pero no recuperaba el conocimiento y en su rostro se reflejaba la tragedia de esa noche de aquelarre y demonio enfurecido. Así lo recibió al amanecer el padre Gabriel, con una sombra parpadeando en los ojos moribundos. “Algo pasa en este pueblo que no entiendo. Dios nos proteja contra todo mal”. “Así sea”, contestaron todos y se persignaron.

Silverio permaneció en la casa cural durante tres meses, sin salir. Las gentes de Macaravita, dicen que durante ese tiempo se escuchó  galopar un caballo todas las noches hasta el amanecer. Algunos creyeron ver al hombre de negro, con sus botas impecables y su capa desmesurada tendida al soplo del viento como flameante bandera en linea hacia el horizonte, no se sabe si protegiendo al pueblo o amenazándolo. Lo cierto es que el diablo se oía allá a lo lejos bajar desde el Alto de los Rayos, lamentándose o burlándose, nadie sabe esas cosas. El padre Gabriel organizó una comitiva y colocó en lo alto de la montaña una enorme cruz de madera para custodia del pueblo y temor de diablo. Desde entonces no volvió a saberse de asuntos tan recónditos.
“Oscuros valles y umbrosas corrientes
Y bosques de aspecto neblinoso
Cuyas formas no podemos  descubrir
Por las lágrimas que por doquier gotea”
Evaristo y Silverio desaparecieron del pueblo en épocas distintas, sabedores de la misma aventura, dueños del mismo secreto, asediados por el mismo misterio. Tal vez transitan entre nosotros con rostros ajenos ateridos del mismo miedo.
“A veces no encontramos
ni la mitad de una idea
en el soneto más profundo”
E. Allan Poe.



1 comentario:

  1. MACARAVITA ES TIERRA DE LEYENDAS, TAN INCREIBLES COMO LA MISMA VERDAD. HONOR A ESA TIERRA GRATA DONDE VAGAN SIN CESAR RECUERDOS IMBORRABLES Y CLARO HISTORIAS SIEMPRE A PUNTO DE CONTAR,DESDE LOS TERRENOS MOVEDIZOS DEL OLVIDO

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