SUCESOS SIN DESTNO III
Por: Alonso
Quintín Gutiérrez Rivero
Fue el viento helado
que vino a mi en la noche y dejó
tras si
su imagen en mi espíritu
Edgar Allam Poe
Hay secretos que nunca debieron divulgarse. Misterios impensados más allá de la aparente
realidad profanadores de tranquilas emociones.
Nieblas cruzando musgosas puertas.
Voces ocultas pugnando por salir. Vientos detenidos en las ramas de los
árboles. Murmullos inaudibles contando
historias de enigmáticos seres. El hombre esa vanidad de la naturaleza, tan
acostumbrado a la demagogia interior, se pasea inconcluso por senderos
de incertidumbre.
Una sombra cruzó la estancia, como un sueño adivinado en
la penumbra del pensamiento. Evaristo pensó en las cosas del más allá y se
quedó mirando el paso de una nube hacia “El Upal”. Soñaba con construir su casa
en el marco de la plaza, pero no tenía el dinero y su nombre pesaba mucho en el
pueblo para no hacer algo grande. Una
suave brisa como suplo divino movió las flores de buganvilia sobre el tejado.
Evaristo, escuchó los pasos de alguien. Una proximidad de
lejanías. Aromas de eucaliptus, dividivis y yaraguá. “Cuántas huellas deja en
el rostro una preocupación”. “¿Quién
habla?” Un hombre corpulento, de figura esbelta y sonora voz como de actor de
opera, dejó ver al desamparo del anochecer un gran sombrero encima de unas
cejas pobladas, y una mirada profunda, como si viniera de más allá de la
realidad. La brisa le movía la capa. Vestido de negro riguroso, miraba y con su
mirada parecía alumbrar la noche. “¿Qué quiere Evaristo?” “Nada” y quiso entrar
pero el hombre se le interpuso. “Nada tan triste como un hombre vencido por sus
pensamientos. Yo soy su solución, Evaristo”. Entonces le habló del libro del
Gran Grimorio, del papa Honorio. De un encuentro con Belcebú o Lucifer o
Astarot. Le dijo de las condiciones para obtener riqueza en abundancia, placeres
y fama. Se ofreció de intermediario. Le dijo tantas cosas que al final estuvo
de acuerdo y pactaron el encuentro. Le dijo también que esos pactos se hacían
con dos personas en distintos lugares para asegurarse de la efectividad del
pacto y que la noche anterior se había
comprometido con un trabajador de “La Palma”. Todo estaba a su favor. Evaristo
miró al hombre casi con veneración y preguntó “¿Y usted quién es?” “Me conoce
más de lo que imagina. Siempre he estado con ustedes. Soy parte de la historia
de este pueblo” “¿Eso es todo?” .”Eso es todo, amigo mío. Hasta mañana” Le
entregó el gran libro de San Cipriano, conminándolo a leerlo esa noche, a
manera de manual de ritual y desapareció
como por encanto. Silverio, el hombre de
la Palma, había recibido la misma visita la noche anterior.
Evaristo, soñaba con una gran casa de balcones al parque,
desde donde vería desfilar las carrosas y las hermosas reinas del colegio Juán
XXIII. Invitaría al pueblo entero al gran banquete inaugural. Le daría a Rufino
Hernánadez alientos para soportar la pérdida de la vista y al padre Gabriel una
gran contribución para la reconstrucción del atrio desde donde el padre
Quintero arengaba a los hombres que se acuchillaban en la calle real en tiempos de ingrata recordación de la estupidez politiquera. Tendría mucho
dinero. Sería famoso por sus riquezas, hasta lo nombrarían alcalde. El dinero
es apenas un concepto pero sin él el hombre se envilece en repugnante abandono.
Evaristo tenía resuelto su problema existencial. Su pacto con el diablo era un
secreto guardado en lo profundo de esa debilidad convertida de repente en acto
de heroísmo descomunal.
Arriba de la quebrada de “La Puerta”, Silverio vivía el mismo delirio. Su vida de
jornalero y de pobreza iba a desaparecer con este pacto. Había repasado una y
otra vez los pasos del ritual y se abstenía de comer alimentos de sal como lo
ordenaba el manual. Soñaba con comprar la finca “El Santuario”, propiedad de
Valeriano, compraría ropa, y exquisitos alimentos. Viviría como rey la vida entera.
El hombre de negro, de relumbrantes espuelas de plata,
sometía con la mirada. Aparecía donde estaban los encantos. Amado y temido por
el vecindario lo asumían como el mohán, el hombre de estatura descomunal dueño
de ingentes tesoros y quien ahora oficiaba de intermediario entre Belsebú y el
sueño de dos mortales, prontos a recibir riqueza y poder incalculables.
El pacto se cumplió conforme a los rituales del libro El
Gran Grimorio. Una noche de luna llena, cada uno en su lugar, recibió la visita
del “Patas” como le dicen por aquí al diablo, siempre con la anuencia del
hombre de negro, quien oficio de testigo. El diablo se comprometió a darles
riqueza en abundancia. Ellos por su parte le entregarían su alma 10 años
después. Firmaron el documento de rigor y quedaron de encontrarse, Evaristo en
la quebrada del “Guamito” y Silverio en su propia casa, cerca de la quebrada de “Salsipuedes” con ocho días de
diferencia. Es de advertir que el ritual
del pacto se cumplió en absoluto secreto, cada uno por su parte y sin que los
dos supieran uno del otro.
Dos meses después Evaristo estaba listo para cumplir la gran cita en la quebrada “El
Guamito” a media noche como lo señalaba el ritual y con luna llena. Llevó un maletín y dos mochilas.
Muy temprano salió. Hoy terminarían sus penurias, Ser rico, es asunto de
pensamiento y en su delirio, ya disfrutaba
de la fruición del dinero.
Salió con tres horas de anticipación. La calle empedrada
le parecía hermosa como si acabaran de pasar los caballos de Hernán Pérez de
Estrada, el conquistador que jamás llegó por aquí, pero él en su delirio todo
lo veía del esplendor de la sumisión y del trono del poder. La única tienda
abierta era la de Martina y allí entró en busca del valor que proporciona el licor. “Compadre ¿qué hace
por aquí?” le preguntó Efraín ya aturdido por el aguardiente. “De paso, voy de
paso”, solo dijo eso, pero se quedó tomando sin percatarse del tiempo. Con el
paso de las horas, Evaristo le contó a su compadre el secreto de su vida. Con
espanto, el compadre lo persuadía para no ir a ese encuentro pero él estaba más
allá de la realidad para entender razonamientos. Llegada la hora Efraín,
arreció los trucos para evitar la salida del intrépido aventurero. De pronto,
una hermosa mujer pasó frente a la tienda y Evaristo en estado de éxtasis
intentó seguirla pero Efraín se lo impidió “Compadre no vaya, esa mujer ya se
fue”. Pero la mujer se detuvo en la esquina distraída tal vez en asuntos
femeninos, quién sabe. Evaristo decidió seguirla. La vio aproximarse al kiosco
del parque con movimientos insinuantes de cadera, causantes ahora de una febril
excitación aumentada con los efectos del licor. Resuelto llegó al kiosco y
cuando se aprestaba a la conquista, vio un monstruo con cabeza de caballo
echando fuego por los ojos. Intentó correr pero ya era tarde. Sintió que una
fuerza descomunal lo arrebataba por los aires en medio de un terrible torbellino. Como pudo Efraín alcanzó a
aferrarse a los pies del compadre quien ya iba tomado altura y cuando por fin
tocó tierra se hallaba al pie de la plaza, lejos del kiosco. Cayeron los dos
pero entonces se oyó un grito estridente
y otra vez el remolino arrastró a Evaristo a la salida del “juncal”, donde
arreciaron los gritos y los clamores del compadre pidiendo piedad “por el amor
de Dios”. No supo de dónde sacó alientos y velocidad en los pies pero llegó
pronto al lugar donde Evaristo era azotado contra el suelo en movimientos
brutales de fuerza demoledora. Lo vio sangrante la cabeza, el rostro, los brazos
y destrozada la ropa. Efraín en un acto
desesperado dijo “Santo Dios, sálvenos. Señor, Dios, ten misericordia de tu pueblo porque los enemigos del alma quieren perdernos. sávanos Dios santo”.
Otro grito y otro golpe despiadado. Evaristo, cayó extenuado rebotando contra
el piso. “Santo Dios, sálvenos”, fue el nuevo grito de angustia de Efraín,
porque el compadre no se movía en medio de un charco de sangre. Cesaron los
vientos y los alaridos. Entonces Efraín intensificó lo rezos y clamó socorro
pero nadie les prestó ayuda. Según dijeron después las gentes nada escucharon
esa noche tenebrosa. Evaristo aún respiraba cuando su compadre lo llevó a la casa cural donde
recibió cuidados médicos y espirituales. "Oh, madre de bondad amparadme guardadme, regidme como posesión vuestra. Amén".Fueron tres meses de claustro y de
asistir a misa comulgando. Los exorcismos del padre Gabriel y su arrepentimiento bastaron para que Lucifer
no insistiera en el cumplimiento de ese
pacto con el dinero y el misterio, pero en su corazón y en su cuerpo quedaron
para siempre las cicatrices de esa noche
de furia demoniaca. El día que partió para nunca regresar, muchos amigos
fueron a despedirlo. Entre los conocidos creyó ver al hombre de negro fumando
tabaco con la tranquilidad de un sabio y la agilidad de un saltimbanqui en
disposición de amistad, pero no creyó prudente mencionarlo a nadie. Le bastaba
el terrible recuerdo de esa noche para soñar con el olvido.
A la siguiente noche, la casa cural fue asediada por los
vecinos de la palma quienes traían a Silverio moribundo con ataques de
epilepsia pronunciado palabras ininteligibles. Traía el rostro amoratado y
heridas en todo el cuerpo. En sus ojos ausentes se estremecía la última escena
de terror vivida en su propia casa al filo de la media noche, el día anterior. A
la pobreza le faltan muchas cosas, a la avaricia le faltan todas.
Había colocado los yugos en el centro de la sala, como
decía el manual, y la cabeza del gallo encima de las ramas de altmisa, ayuelo y
albahaca. Se tocó el índice de la mano derecha donde aún tenía las huellas del alfiler
para sacar sangre y sellar el pacto. Sintió
un agudo dolor en la espalda donde tenía la marca dejada por el espíritu maléfico
aquella noche de miedo. Todo estaba como lo había previsto. Sería rico y
poderoso. ¿No lo había sido Niccolò Paganini, el virtuoso violinista italiano o
Robert Johnson, el gran guitarrista, o Urbian Grandier, la leyenda del lago de Sofo? Todo
estaba en esperar la media noche, pero su esposa se empeñaba en impedirle esa
aventura “Pobres nacimos, pobres hemos de morir, pobres pero honrados. Por Dios,
no haga eso” y rezaba en secreto.
"Señor Oh, Dios, Rey omnipotente, en tus manos astán puestas todas las cosas, si quiereis salvar a vuesro pueblo nadie puede resistir a vuestra voluntad... vos hicisteis el cielo y la tierra y todo cuanto en ella se contiene, sois el dueño de todas las cosas ¿Quién puede resistir a vuestra voluntad?"
"Señor Oh, Dios, Rey omnipotente, en tus manos astán puestas todas las cosas, si quiereis salvar a vuesro pueblo nadie puede resistir a vuestra voluntad... vos hicisteis el cielo y la tierra y todo cuanto en ella se contiene, sois el dueño de todas las cosas ¿Quién puede resistir a vuestra voluntad?"
A media noche, se oyó un gran ruido y el balar de un
cabro en el patio. “Llegó la hora” se dijo en silencio y salió. La mujer rezaba con mayor devoción: "Alma de Cristo santifíccame, cuerpo de Cristo sálvame, sangre de Cristo embriágame, agua del costado de Cristo lávame, pasión de Cristo confórtame... Oh, mi buen Jesús òyeme, no permitas que me separe de ti, del maligno enemigo defiéndeme..."En
la esquina divisó un enorme cabro de ojos chispeantes y hacia él se dirigió,
pero el cabro huyó y así en derredor de la casa. De pronto se oyó un gran
ventarrón y algo entró en la habitación.
Silverio horrorizado recibió un terrible golpe y cayó sobre el yugo, luego se sintió
flotar a la altura del zarzo y caer quebrándose
las costillas. Una fuerza poderosa lo
golpeó contra las paredes, contra el quicio de la puerta, contra el yugo. Finalmente
quedó tendido chorreando sangre cerca a la cabeza del gallo. El espíritu
desapareció y cesó el ventarrón. Solo se oía a lo lejos aullar los perros de
Luis Evelio y de José Cáceres. Las oraciones de la señora lo habían salvado de
la muerte, pero no recuperaba el conocimiento y en su rostro se reflejaba la
tragedia de esa noche de aquelarre y demonio enfurecido. Así lo recibió al
amanecer el padre Gabriel, con una sombra parpadeando en los ojos moribundos. “Algo
pasa en este pueblo que no entiendo. Dios nos proteja contra todo mal”. “Así
sea”, contestaron todos y se persignaron.
Silverio permaneció en la casa cural durante tres meses,
sin salir. Las gentes de Macaravita, dicen que durante ese tiempo se escuchó galopar un caballo todas las noches hasta el
amanecer. Algunos creyeron ver al hombre de negro, con sus botas impecables y su
capa desmesurada tendida al soplo del viento como flameante bandera en linea
hacia el horizonte, no se sabe si protegiendo al pueblo o amenazándolo. Lo cierto
es que el diablo se oía allá a lo lejos bajar desde el Alto de los Rayos, lamentándose
o burlándose, nadie sabe esas cosas. El padre Gabriel organizó una comitiva y
colocó en lo alto de la montaña una enorme cruz de madera para custodia del
pueblo y temor de diablo. Desde entonces no volvió a saberse de asuntos tan
recónditos.
“Oscuros valles y umbrosas
corrientes
Y bosques de aspecto neblinoso
Cuyas formas no podemos descubrir
Evaristo y Silverio desaparecieron del pueblo en épocas distintas,
sabedores de la misma aventura, dueños del mismo secreto, asediados por el
mismo misterio. Tal vez transitan entre nosotros con rostros ajenos ateridos
del mismo miedo.
“A veces no encontramos
ni la mitad de una idea
en el soneto más profundo”
E. Allan Poe.
MACARAVITA ES TIERRA DE LEYENDAS, TAN INCREIBLES COMO LA MISMA VERDAD. HONOR A ESA TIERRA GRATA DONDE VAGAN SIN CESAR RECUERDOS IMBORRABLES Y CLARO HISTORIAS SIEMPRE A PUNTO DE CONTAR,DESDE LOS TERRENOS MOVEDIZOS DEL OLVIDO
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