ENCUENTRO


Punto de encuentro.

miércoles, 23 de noviembre de 2011

SUCESOS SIN DESTINO




SUCESOS SIN DESTINO
Por: Alonso Quintín Gutiérrez Rivero

La belleza es la grandeza en pos
de reverencia ante la humildad
Anónimo


Dios juega al  ajedrez de la vida, pensó asimilando las gotas del día, provenientes de un cielo esplendoroso recortado por la cruz de  la montaña. Dios nos da la vida y la mortaja en  el silencio de los tiempos. Miró con dulzura la peña donde Pedro María Dávila solía extasiarse ante el nevado bañado por matices de arreboles y colores fantásticos en atardeceres inolvidables. Ese  día el mundo parecía diferente. El viento le susurraba  al oído con extraña ensoñación. No sabía la razón. Algo o alguien cantaba en su piel estrofas milenarias de amor y devoción. Fue a casa de Sebastián Sierra como de costumbre y se embelesó ante la belleza de Isaura una niña  de sinigual sonrisa.

Andrés Valderrama pasaba ante los demás como un hombre misterioso, dueño de una figura patriarcal,  abundante barba, mirada profunda, reveladora de trilogías abismales donde ángeles y demonios disputaban terrenos prohibidos y una sabiduría aprendida  en los oficios de la vida  con singular maestría, muchas veces dijo que el sabio no es aquel que sabe dónde está el tesoro sino el que trabaja para sacarlo. No parecía gran cosa, pero en sus labios y con la cadencia de su voz semejaba algo extraordinario, como dicen los entendidos, la sabiduría es un regalo  que solo reciben los más discretos,  Andrés, pasaba como un hombre de respeto en medio de su pobreza. No había vanidad en su rostro aun cuando tenía encuentros inverosímiles con personajes inauditos.  Con frecuencia contaba sus conversaciones  con el hombre de traje negro que tenía castillos encantados cerca a “Lagunillas” y que en épocas de ingrata recordación  había hurtado la gran campana. Él sonreía y  lo invitaba a su casa ubicada cerca de una quebrada mágica arriba de la  de Rodolfo y según dijo discutían sobre asuntos del más allá y del más acá. En una ocasión hubo discrepancias serias y el hombre de negro, salió al patio y sin saber cómo desató una granizada despiadada. Después desapareció en medio del arcoíris y un paisaje bruñido de flores y aromas subyugantes. “El mohán se puso bravo”, fue todo cuanto se lo oyó decir.



Andrés presencio las guerras infames entre liberales y conservadores. Fue testigo de los estragos de la Guerra de Los Mil Días y los generales dispersos, entre los que se cuenta, uno llegó al pueblo, con bandas de ciudadano de bien, montado en un brioso corcel, y precedido de un ejército laborioso de esclavos, sumisos  ante su insospechado valor y el laberinto dejado por la culpa de quienes ignoran el origen de sus actos.

El anochecer, llegó tétrico, oscuro, sin tregua. Despertaron los grillos  en las orillas  del silencio. En el rancho se oía el chisporrotear de la candela. A solas con sus pensamientos, Andrés era dueño de sus convicciones  émulo inmortal de la verdad. La soledad es todo cuando no se tiene nada. Andrés era dueño de su soledad. Toda su vida transcurrió así, tal vez por eso aprendió  a ver en la oscuridad y a escuchar los sonidos del más allá en forma apacible, sorprendente. En sus ojos pardos de fascinante luminosidad no se reflejaba el temor. De un vigor envidiable, devoraba los caminos donde aprendió secretos inconfesables. Esa noche como tantas en Macaravita, era de oscuridad total. Se oían los ladridos de los perros de Cleofelina y un cierto cuchecheo donde Luis Evelio. Se amarró las pantorrillas con hebras de fique, terció la infaltable mochila y se adentró en el camino bordeando la finca del Santuario rumbo  a la montaña. La casa al pie del bosque de robles, semejaba un monstruo agazapado. Allá le pareció haber llegado y en la espesura del bosque una mujer salida de los misterios de la noche, le acarició largamente la barba hasta perderse en una ficción solo entendible por las alucinaciones de la soledad. 

Regresó por el camino del “Palcho” y al pasar por la casa de Cándido Triana, se detuvo un momento a pensar en  las luchas bravías de los antepasados. Habían conquistado la montaña merced al heroísmo de los jornaleros de Isaías Quintero. Vivían ahora las zozobras abundantemente obsequiadas por la insensatez partidista. Los caminos no eran seguros pero el atrevido caminante no sufría esos temores, tal vez porque la humildad y la sabiduría suelen pasar inadvertidas para el común de los mortales o porque el hombre es de continuo el devoto de su propia destrucción. Avanzó luego con  valentía por el camino real del “Coronito”, a pesar de la oscuridad, pero al llegar a la curva de los  sauces donde el sendero se hace profundo, rodeado de cimientos colosales, se acordó de llevar unas mazorcas y extravió hacia el cultivo de las  enormes matas de  maíz. Desgajó la primera mazorca y se disponía a depositarla en la mochila pero una voz inaudible dijo al oído: “Cuidado”. Haciendo caso omiso se dispuso a tomar otra mazorca, pero se oyó la misma voz más cerca “Cuidado con lo ajeno”. Prevenido ya tomó otra mazorca pero el grito  “Es ajeno” lo sacó de su tarea. Corrió al camino pero al avanzar vió de repente una sombra en sentido contrario. Se alegró. Al acercarse, dijo: Buenos días, pero nadie le contestó, entonces comprobó con espanto que se trataba de un hombre  sin cabeza. Quiso rehuir por el lado contrario, pero la figura le cerró el paso. Intentó por el otro lado pero  la figura hizo el mismo movimiento. El, tan acostumbrado a estas visiones, signatarias de los rumbos del misterio, sacó las mazorcas y las arrojó contra el cimiento a cuyo choque salió candela y humo. Se vió por momentos sin salida. Se acordó entonces del escapulario de la tía Paulina, lo tomó en la mano derecha y dijo: En nombre de Dios apártese del camino. Se oyó  un aullido y un grito. La sombra desapareció. Ya no sintió las piedras del camino ni el sangrado de las espinillas.

Como pudo corrió, cayendo aquí y allá, pero al llegar al “Corral de piedra” sintió un extraño escalofrío, sobre una piedra blanca, una enorme lechuza  lo esperaba  dispuesta a atacarlo. Extenuado dijo: Lo que ha de ser, encantamiento, vivo o difundo ordeno que desaparezca en nombre de este santo escapulario y lo extendió en dirección del bulto. Se oyó un graznido y desapareció. A tientas porque la oscuridad era total, llegó a  la choza donde esperó el amanecer, con el regocijo de quien regresa de la muerte. “Prefiero no existir a ser devorado por el olvido… no quiero ser un simple recuerdo. Esta noche la desgracia ha venido a visitarme, pero ¿Acaso no es así mi vida? ¿No es el destino de  este pueblo?. 


Andrés Villabona sabía que el secreto es el adulterio de la razón y se dispuso a guardar los sucesos de esa noche en los muebles del olvido.



1 comentario:

  1. ANDRES VILLABONA, ES PERSONAJE DE GRATA RECORDACIÓN EN EL MUNICIPIO DE MACARVITA, FAMOSO POR SU CORAJE PARA ENFRENTAR LO DESCONOCIDO Y POR SUS RELATOS INCREIBLES SOBRE EL MAS ALLA.

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