SUCESOS SIN DESTINO
Por: Alonso Quintín Gutiérrez Rivero
La belleza es la grandeza en pos
de reverencia ante la humildad
Anónimo
Dios
juega al ajedrez de la vida, pensó
asimilando las gotas del día, provenientes de un cielo esplendoroso recortado
por la cruz de la montaña. Dios nos da
la vida y la mortaja en el silencio de
los tiempos. Miró con dulzura la peña donde Pedro María Dávila solía extasiarse
ante el nevado bañado por matices de arreboles y colores fantásticos en
atardeceres inolvidables. Ese día el
mundo parecía diferente. El viento le susurraba
al oído con extraña ensoñación. No sabía la razón. Algo o alguien
cantaba en su piel estrofas milenarias de amor y devoción. Fue a casa de
Sebastián Sierra como de costumbre y se embelesó ante la belleza de Isaura una
niña de sinigual sonrisa.
Andrés
Valderrama pasaba ante los demás como un hombre misterioso, dueño de una figura
patriarcal, abundante barba, mirada
profunda, reveladora de trilogías abismales donde ángeles y demonios disputaban
terrenos prohibidos y una sabiduría aprendida
en los oficios de la vida con
singular maestría, muchas veces dijo que el sabio no es aquel que sabe dónde
está el tesoro sino el que trabaja para sacarlo. No parecía gran cosa, pero en
sus labios y con la cadencia de su voz semejaba algo extraordinario, como dicen
los entendidos, la sabiduría es un regalo
que solo reciben los más discretos,
Andrés, pasaba como un hombre de respeto en medio de su pobreza. No
había vanidad en su rostro aun cuando tenía encuentros inverosímiles con
personajes inauditos. Con frecuencia
contaba sus conversaciones con el hombre
de traje negro que tenía castillos encantados cerca a “Lagunillas” y que en
épocas de ingrata recordación había
hurtado la gran campana. Él sonreía y lo
invitaba a su casa ubicada cerca de una quebrada mágica arriba de la de Rodolfo y según dijo discutían sobre
asuntos del más allá y del más acá. En una ocasión hubo discrepancias serias y
el hombre de negro, salió al patio y sin saber cómo desató una granizada
despiadada. Después desapareció en medio del arcoíris y un paisaje bruñido de
flores y aromas subyugantes. “El mohán se puso bravo”, fue todo cuanto se lo
oyó decir.
Andrés
presencio las guerras infames entre liberales y conservadores. Fue testigo de
los estragos de la Guerra de Los Mil Días y los generales dispersos, entre los
que se cuenta, uno llegó al pueblo, con bandas de ciudadano de bien, montado en
un brioso corcel, y precedido de un ejército laborioso de esclavos,
sumisos ante su insospechado valor y el
laberinto dejado por la culpa de quienes ignoran el origen de sus actos.
El
anochecer, llegó tétrico, oscuro, sin tregua. Despertaron los grillos en las orillas del silencio. En el rancho se oía el
chisporrotear de la candela. A solas con sus pensamientos, Andrés era dueño de
sus convicciones émulo inmortal de la
verdad. La soledad es todo cuando no se tiene nada. Andrés era dueño de su
soledad. Toda su vida transcurrió así, tal vez por eso aprendió a ver en la oscuridad y a escuchar los
sonidos del más allá en forma apacible, sorprendente. En sus ojos pardos de
fascinante luminosidad no se reflejaba el temor. De un vigor envidiable,
devoraba los caminos donde aprendió secretos inconfesables. Esa noche como
tantas en Macaravita, era de oscuridad total. Se oían los ladridos de los
perros de Cleofelina y un cierto cuchecheo donde Luis Evelio. Se amarró las
pantorrillas con hebras de fique, terció la infaltable mochila y se adentró en
el camino bordeando la finca del Santuario rumbo a la montaña. La casa al pie del bosque de
robles, semejaba un monstruo agazapado. Allá le pareció haber llegado y en la
espesura del bosque una mujer salida de los misterios de la noche, le acarició
largamente la barba hasta perderse en una ficción solo entendible por las
alucinaciones de la soledad.
Regresó
por el camino del “Palcho” y al pasar por la casa de Cándido Triana, se detuvo
un momento a pensar en las luchas
bravías de los antepasados. Habían conquistado la montaña merced al heroísmo de
los jornaleros de Isaías Quintero. Vivían ahora las zozobras abundantemente
obsequiadas por la insensatez partidista. Los caminos no eran seguros pero el
atrevido caminante no sufría esos temores, tal vez porque la humildad y la
sabiduría suelen pasar inadvertidas para el común de los mortales o porque el
hombre es de continuo el devoto de su propia destrucción. Avanzó luego con valentía por el camino real del “Coronito”, a
pesar de la oscuridad, pero al llegar a la curva de los sauces donde el sendero se hace profundo,
rodeado de cimientos colosales, se acordó de llevar unas mazorcas y extravió
hacia el cultivo de las enormes matas de maíz. Desgajó la primera mazorca y se
disponía a depositarla en la mochila pero una voz inaudible dijo al oído:
“Cuidado”. Haciendo caso omiso se dispuso a tomar otra mazorca, pero se oyó la
misma voz más cerca “Cuidado con lo ajeno”. Prevenido ya tomó otra mazorca pero
el grito “Es ajeno” lo sacó de su tarea.
Corrió al camino pero al avanzar vió de repente una sombra en sentido contrario.
Se alegró. Al acercarse, dijo: Buenos días, pero nadie le contestó, entonces
comprobó con espanto que se trataba de un hombre sin cabeza. Quiso rehuir por el lado
contrario, pero la figura le cerró el paso. Intentó por el otro lado pero la figura hizo el mismo movimiento. El, tan
acostumbrado a estas visiones, signatarias de los rumbos del misterio, sacó las
mazorcas y las arrojó contra el cimiento a cuyo choque salió candela y humo. Se
vió por momentos sin salida. Se acordó entonces del escapulario de la tía
Paulina, lo tomó en la mano derecha y dijo: En nombre de Dios apártese del
camino. Se oyó un aullido y un grito. La
sombra desapareció. Ya no sintió las piedras del camino ni el sangrado de las
espinillas.
Como
pudo corrió, cayendo aquí y allá, pero al llegar al “Corral de piedra” sintió
un extraño escalofrío, sobre una piedra blanca, una enorme lechuza lo esperaba
dispuesta a atacarlo. Extenuado dijo: Lo que ha de ser, encantamiento,
vivo o difundo ordeno que desaparezca en nombre de este santo escapulario y lo
extendió en dirección del bulto. Se oyó un graznido y desapareció. A tientas
porque la oscuridad era total, llegó a
la choza donde esperó el amanecer, con el regocijo de quien regresa de
la muerte. “Prefiero no existir a ser devorado por el olvido… no quiero ser un
simple recuerdo. Esta noche la desgracia ha venido a visitarme, pero ¿Acaso no
es así mi vida? ¿No es el destino de
este pueblo?.
Andrés
Villabona sabía que el secreto es el adulterio de la razón y se dispuso a
guardar los sucesos de esa noche en los muebles del olvido.
ANDRES VILLABONA, ES PERSONAJE DE GRATA RECORDACIÓN EN EL MUNICIPIO DE MACARVITA, FAMOSO POR SU CORAJE PARA ENFRENTAR LO DESCONOCIDO Y POR SUS RELATOS INCREIBLES SOBRE EL MAS ALLA.
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